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Caminando a la deriva

Don Jose acarreando agua para su casa ubicada en el cantón El Cuervo, La Libertad. Foto: Mauricio Iraheta


Caminar es un peligro y respirar es una hazaña en las grandes ciudades. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. El mundo nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de aburrimiento, si es que alguna bala perdida no nos abrevia la existencia.

¿Será esta libertad, la libertad de elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible? ¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos a la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. El mundo nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo recomienda. En su escuela, escuela del crimen son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación. Pero está visto que no hay desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su contraescuela.

Es por ello, que vivimos en una escuela de desvinculos: para que los callados no se hagan preguntones, para que los opinados no se vuelvan opinadores, para que los ofendidos no se vuelvan defensores. Para que no se junten los solos ni junte el alma sus pedazos.

El sistema divorcia la emoción y el sentimiento, como divorcia el sexo y el amor, la vida íntima y la vida pública, el pasado y el presente. Si el pasado no tiene nada que decir al presente, la historia puede quedarse dormida, sin molestar, cual ropero del sistema donde guarda sus viejos disfraces.

El sistema nos vacía la memoria, o nos llena la memoria de basura, y así nos enseña a repetir la historia en lugar de hacerla. Las tragedias se repiten como farsas, anunciaba la célebre profecía. Pero entre nosotros es peor; las tragedias se repiten como tragedias.
Mauricio Iraheta Olivo.

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