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ROMERO: "Latido de amor, fe y justicia Latinoamericana"


¿Morirá con él la voz de la justicia? ¿Será la última víctima impune? Estas preguntas eran algunas que surgían hace 30 años, cuando la semilla del odio por parte de un escuadrón de la muerte de extrema derecha salvadoreña, sembraba un tiro no solo en el corazón de un profeta, un hermano, un pastor y un amigo del pueblo; sino, en el corazón del pulgar Centroamericano y el de toda una Latinoamérica, que por años ha vivido la crucificación de su pueblo y la sangre del martirio de religiosos y laicos.

Pensar en Monseñor Romero en nuestro días, es querer contemplar y discernir de múltiples formas la realidad en que vive la sociedad salvadoreña. Una realidad, que se traduce y reduce a las opresiones e injusticias sociales en que viven los pobres. Porque, fue a través de su denuncia, opción, contacto, vivencia y fervor constante de amor hacia ellos, donde encontró aquel campesino discreto, imaginativo, inteligente, dispuesto por naturaleza a la humildad y el amor. Siendo aquel de todos los hombres el sencillo, el bello, el humano, el tierno y el menos repugnante. Fue ahí, donde Arnulfo Romero encontró el sentir verdadero de Cristo, y donde para una minoría oligárquica fue traducido y visto como un Cristo abstracto, peligroso y amenazador para sus intereses y riquezas desmedidas que eran percibidas por el sistema capitalista.

Pensar en Romero, es querer convertirnos en objetos vivos de sus plegarias. Adentrarnos, a una iglesia comprometida con el sentir de los oprimidos y que desde su misión religiosa, no se muestre indiferente a los problemas que acontecen en nuestras sociedades. Sino más bien, que nos compacte con su luz, fe y esperanza de amor.

Es así, como encontramos ese testimonio e imagen de iglesia Latinoamérica viva, que alza su voz por el pueblo de Dios. Iglesia, que ha sufrido la persecución, crucificación y martirio desde hace dos mil años. Porque homilías, mensajes y palabras pronunciadas como las de Romero, tan arraigados a la fe de Dios, fueron interpretados por algunos como las palabras de un demagogo, llenas de “levadura rebelde” que era necesario callar.

Sin embargo, no importa que retrato tengamos de él, sea despertando el descontento campesino, predicando en la parroquia, visitando comunidades, trabajando en el hospitalito o enunciando sus homilías. Siempre encontramos, la imagen y voz de aquel hombre bueno y sencillo, el de un obispo respetado, que había tomado en serio el deber de pastorear, y que vivió en plenitud la paz que el Resucitado nos entregó. Para trabajar y luchar con su pueblo, por el justo anhelo de sus valores y derechos como seres humanos.

Por ello pensar en Arnulfo Romero, es querer revelarnos contra la represión de la historia de las sociedades, y no continuar más con ese pasado feudal que ha arrastrado durante siglos a nuestros pueblos. Porque su vivencia y convivencia con los pobres, le permitieron trocar el veneno (injusticias, opresión y odio) en savia, logrando que nazca de ella, un pueblo más precoz y más firme, con respecto a la realidad que tanto hería a sus familias y a toda la sociedad salvadoreña.

No hay duda que Dios quiso decirnos a todos por medio de Romero, y ofrecernos con su voluntad de amor que hay en el deseo, de que la iglesia no pierda para sí ni pierda para el mundo lo que pueda haber de Evangelio, de Gracia y de espíritu en la experiencia y en el testimonio de cada uno de sus hijos que, si luchan, si batallan, si arriesgan no es por capricho, egoísmos, rebeldías o maldad, no es sin fe, no es sin amor. Más bien, es una conciencia clarísima y forma concreta de la fidelidad a Cristo, con la que muestran en su diario vivir que alzar la frente es mucho más hermoso que bajarla, golpear la vida es más hermoso que abatirse, que tenderse en la tierra por los golpes de los violentos atropellos, injusticias, condenas, desprecios y opresiones que vive el pueblo.

Romero contaba con una paz muy profunda. Una paz muy grande que nacía de sentirse ligado con todo su ser a una causa justa, a una causa santa. Paz por la unión de su fe en Dios, con esa causa de los pobres que es la causa de Cristo porque son los suyos, los que El más quiere, la causa del Reino de Dios. Tenía la paz de Dios. Es así que, con profunda convicción pronunció en una de sus homilías:”sí me matan resucitare en el pueblo salvadoreño”. Y es que para él no existía mayor amor que dar la vida por los pobres, porque en ellos veía la cruz que es el mayor acto de amor, el darlo todo, no sólo los bienes sino la vida misma. Y si es el mayor acto de amor, entonces es también el mayor acto de vida, donde la vida se manifiesta más. Y donde, cruz es vida; no pudiéndose medir por el número de días que dure una existencia, sino por la intensidad de un compromiso de lucha y una experiencia religiosa muy profunda. Para Arnulfo Romero las opresiones y asesinatos fueron una gran eucaristía porque en los pobres existía esa disposición a entregarlo todo, a entregar la vida, y no por ellos mismos, sino porque en su fidelidad a Cristo y en su amor a sus mismos hermanos, encontraron una sola cruz.

Por ello y más es preciso preguntarnos ¿Qué pensaría Romero en estos días? ¿Cuáles serian sus pronunciamientos y preocupaciones? Sin duda su obra y vida sería la misma a la de aquellos años, utilizando su testimonio, presencia y dedicación a aplicar el amor de su fe en Cristo y a pronunciarse por la construcción de una humanidad más sensata, misma que está siendo atropellada por un modelo como el neoliberal globalizante, excluyente e idiotizador. Donde todo se discute menos el derecho y el sentir de los pobres, un factor que sigue siendo ignorado por muchos, sobre todo por aquellos que prefieren continuar creando conciencia con la riqueza y no riqueza con la conciencia. Romero, también seguramente se haría valer de indignación por las numerosas Katyas Miranda que sufren la impunidad y atropello de nuestro sistema judicial, y quizás hasta pronunciaría su indignación hacia algunos sectores de nuestra sociedad que se han vuelto ahora en una “suciedad consumista”.

Sin duda esto y más hacen necesario que como ciervos fieles a nuestro profeta, tratemos de imitarlo y en nuestra imitación poder encontrarlo, no solo en nuestro corazón y diario vivir, sino en nuestro apego y amor hacia el sentir de los pobres, para que sus causas, luchas, sufrimientos y desprecios se vuelvan también los nuestros y con ello, hacer valer sus derechos, que son derechos muy sagrados y que hay que respetarlos y defenderlos en nuestra nación.

A Monseñor Romero le queda por ceniza la ceniza, a nosotros su legado, su pronunciamiento por la justicia, la historia, la patria, el placer mismo de sufrir. ¿Qué mejor sepulcro y que mejor gloria que la del amor de su pueblo? Porque su pensamiento, su espanto, sus plegarias, su gota de sangre, su esperanza, fe y amor hacia los pobres. Se empuñen en nuestro corazón, y en todo este pueblo, por el cual nuestro San Romero de América se encarna, vive, sufre, muere y resucita. Esa fue su razón de ser, su misión. ¡Ser latido de amor, fe y justicia latinoamericana!

Mauricio Iraheta.

1 comentario :

  1. A 30 años ya de ese inmemorial lunes 24 de marzo...y de un proceso envuelto de acusaciones falsas, negligencia, que solo dejaron a la luz nuevamente una justicia ineficaz amparados en una ley de amnistía, no queda duda el deseo de antiguos gobiernos del pais el tratar de "no reabrir heridas del pasado"........
    ¡ROMERO VIVE en el pueblo salvadoreño!

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