Estoy en mi rincón imaginando aquel espacio de El Salvador situado en Casa Presidencial, más conocido como la “Isla de la fantasía” a la que tanto izquierda y derecha desean acampar. Sin embargo, me temo que la fantasía sea de nosotros, electores, engañados por la esperanza de que presidente y vice-presidente vayan a representarnos, a luchar contra la violencia, la desigualdad social, o promover un desarrollo sustentable.
Pero sería peor si nos dejamos ganar por la desesperanza, la amargura o el enojo por esa política que se mezcla de asuntos descabellados, ironías inoportunas de políticos-marionetas y su reforma política de mero barniz. Porque las viejas oligarquías corruptas, barridas de otros países de Centro América, encontraron en El Salvador un artificio eficaz para aplicar el consejo de Lampedusa: cambiar para que todo quede como está.
Y es que debiera existir un sicoanálisis del poder, al que sin duda Shakespeare y Machado de Assis darían excelentes aportaciones. Quizás exista. Y sea yo el que, en mi inmensa ignorancia, no lo conozca.
¿No es cierto que el proceso electoral lo desordena todo? Es un festival de contradicciones y contrariedades: amigos que se vuelven enemigos, enemigos que se hacen correligionarios, hermanos que discuten con hermanos, principios ideológicos que ceden su lugar a intereses electoreros; las propuestas quedan encubiertas por meras promesas, el discurso ético casi nunca coincide con el modo como se financia la campaña…
Y todavía hay ciudadanos que se obstinan en no votar, que tienen rabia a los políticos, que vociferan contra todo y contra todos, olvidando lo elemental: que el odio destruye a quien odia y no a quien es odiado. Éste ni siquiera se entera de las repetidas ofensas proferidas contra él.
¿Y nosotros, los electores? ¿Votamos por votar o estamos dispuestos a cobrarles duro a quienes elegimos? Sí, sé que algunos fueron e irán nuevamente a las urnas porque lo obliga la ley. Sin embargo, es el tiempo del voto facultativo. ¡Estoy fuera! Daré mi apoyo a tal bandera el día en que pagar impuestos también sea facultativo. ¿Por qué debo sostener económicamente la máquina del Gobierno y no decidir quién la ocupará?
No basta con delegar y sentirse representado. Es necesario participar: hacer todo tipo de presión sobre los elegidos, nuestros servidores. Y reforzar los movimientos sociales, la sociedad civil organizada, para que haya un permanente control social del poder público. Pero sobre todo exigir transparencia y competencia.
¡Ah la política…!
Mauricio Iraheta Olivo
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