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Cuando se dan los adioses

Montañas del Ixcan, Guatemala.

Llevábamos algunos días en las montañas del Ixcan con amigos jesuitas y ya nos íbamos, faltaban dos o tres días para el fin de ese lindo exilio de semanas, cuando la noche amaneció toda cubierta de estrellas. Las luciérnagas encendían las estrellas y se alzaban al cielo, a la orilla de aquella montaña, ese gran espectáculo de luces era tan maravillosos que hacia llorar los ojos.

Era muy raro ver el cielo estrellado esos días de invierno húmedo. Yo nunca lo había visto, y solo algún anciano indígena del pueblo nos decía que recordaba algo parecido, de tiempos remotos.

Se veía muy contenta la noche, lamiendo aquel inmenso cielo, y esa alegría de estrellas que se sostenían fuertemente con sus uñas, esa noche radiante fueron mis últimas imágenes de aquel lindo Ixcan.

Yo quise responder a despedida tan bella, pero no se me ocurrió nada. Nada que hacer, nada que decir. Nunca he sido bueno para los adioses. Pero aquella noche, vi pasar una estrella fugaz tan lentona, que me dio tiempo de poder pedirle: tres deseos, cuatro ambiciones y hasta un capricho.    

Mauricio Iraheta Olivo.

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