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Por los entas.

Mauricio Iraheta Olivo

Cada mes de julio alimento años de vida en el grupo de los “entas”. Eso no significa que cada vez este próximo a la muerte, porque ésta puede ocurrir ya en el primer momento de la vida. Pero es otra etapa de la vida. Que para algunos aparte de tener una dimensión biológica, también tiene una dimensión material y de logros.

Sin embargo, hay otro aspecto que considero más interesante. Y es que la adultez es la etapa media del crecimiento humano. Nacemos enteros, pero nunca estamos terminados. Tenemos que completar nuestro nacimiento al construir la existencia, al abrir caminos, al superar dificultades y al moldear nuestro destino. Estamos siempre en génesis. Comenzamos a nacer, vamos naciendo en prestaciones a lo largo de la vida hasta acabar de nacer. Entonces entramos en el silencio. Y morimos. 

A su vez la adultez, es la oportunidad que la vida nos ofrece para continuar naciendo, para madurar y para, finalmente, terminar de nacer. En este contexto es iluminadora la palabra de san Pablo: «en la medida en que desaparece el hombre exterior, en esa misma medida rejuvenece el hombre interior» (2Cor 4,16). Porque la adultez se esconde detrás de muchas máscaras que la vida nos impone. Pues la vida es un teatro en el cual desempeñamos muchos papeles. Pero hay un momento en que todo eso se relativiza y pasa a ser pura paja. Entonces dejamos el palco, nos quitamos las máscaras y nos preguntamos: en definitiva, ¿quién soy yo? ¿Qué sueños me mueven? ¿Qué ángeles me habitan? ¿Qué demonios me atormentan? ¿Cuál es mi lugar en el designio del Misterio? En la medida en que intentamos, con temor y temblor, responder a estas indagaciones, viene a la luz la persona interior. La respuesta nunca es conclusiva; se pierde hacia dentro del Inefable... 

Éste es el desafío para la etapa de la adultez. Donde nos damos cuenta de que necesitaríamos muchos años de adultez para encontrar la palabra esencial que nos defina. Sorprendidos, descubrimos que no vivimos porque simplemente no morimos, pero vivimos para pensar, meditar, rasgar nuevos horizontes y crear sentidos de vida. Especialmente para intentar hacer una síntesis final, integrando las sombras, realimentando los sueños que nos sostuvieron por toda una vida, reconciliándonos con los fracasos y buscando sabiduría. Es ilusión pensar que ésta viene con la adultez... Viene del espíritu con el que vivenciamos la adultez como etapa final del crecimiento y de nuestra verdadera Navidad. 

Por fin, importa preparar el gran Encuentro. La vida no está estructurada para terminar en la muerte, sino para transformarse a través de ella. Morimos para vivir más y mejor, para sumergirnos en la eternidad y encontrar la Última Realidad, hecha de amor y de misericordia. Ahí sabremos finalmente, quién somos y cuál es nuestro verdadero nombre. Y donde podemos alimentar el mismo sentimiento que el sabio del Antiguo Testamento: «Contemplo los días pasados y tengo los ojos vueltos hacia la eternidad». 

Finalmente, a manera personal alimento dos sueños, sueños de un joven adulto: el primero es procurar caminar con mas sensatez y sensibilidad a los signos que se me presentan en la vida; y el segundo, imposible, pero bien expresado por Glenda, niña de chalatenango y quien considero poeta a sus tan solo 11 anos: «yo sólo quería nacer de nuevo, para enseñarme a vivir». Pero como eso es irrealizable, sólo me queda aprender en la escuela de Dios. Parafraseando a Camões, completo: «más viviera si no fuera, para tan gran ideal, tan corta la vida».

Mauricio Iraheta Olivo.

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