Cada mes de julio alimento años de vida en el grupo de los “entas”. Eso
no significa que cada vez este próximo a la muerte, porque ésta puede ocurrir ya en el
primer momento de la vida. Pero es otra etapa de la vida. Que para algunos
aparte de tener una dimensión biológica, también tiene una dimensión material y
de logros.
Sin
embargo, hay otro aspecto que considero más interesante. Y es que la adultez es
la etapa media del crecimiento humano. Nacemos enteros, pero nunca estamos
terminados. Tenemos que completar nuestro nacimiento al construir la
existencia, al abrir caminos, al superar dificultades y al moldear nuestro
destino. Estamos siempre en génesis. Comenzamos a nacer, vamos naciendo en
prestaciones a lo largo de la vida hasta acabar de nacer. Entonces entramos en
el silencio. Y morimos.
A su
vez la adultez, es la oportunidad que la vida nos ofrece para continuar
naciendo, para madurar y para, finalmente, terminar de nacer. En este contexto
es iluminadora la palabra de san Pablo: «en la medida en que desaparece el
hombre exterior, en esa misma medida rejuvenece el hombre interior» (2Cor
4,16). Porque la adultez se esconde detrás de muchas máscaras que la vida nos
impone. Pues la vida es un teatro en el cual desempeñamos muchos papeles. Pero
hay un momento en que todo eso se relativiza y pasa a ser pura paja. Entonces
dejamos el palco, nos quitamos las máscaras y nos preguntamos: en definitiva,
¿quién soy yo? ¿Qué sueños me mueven? ¿Qué ángeles me habitan? ¿Qué demonios me
atormentan? ¿Cuál es mi lugar en el designio del Misterio? En la medida en que
intentamos, con temor y temblor, responder a estas indagaciones, viene a la luz
la persona interior. La respuesta nunca es conclusiva; se pierde hacia dentro
del Inefable...
Éste
es el desafío para la etapa de la adultez. Donde nos damos cuenta de que
necesitaríamos muchos años de adultez para encontrar la palabra esencial que
nos defina. Sorprendidos, descubrimos que no vivimos porque simplemente no
morimos, pero vivimos para pensar, meditar, rasgar nuevos horizontes y crear
sentidos de vida. Especialmente para intentar hacer una síntesis final,
integrando las sombras, realimentando los sueños que nos sostuvieron por toda una
vida, reconciliándonos con los fracasos y buscando sabiduría. Es ilusión pensar
que ésta viene con la adultez... Viene del espíritu con el que vivenciamos la
adultez como etapa final del crecimiento y de nuestra verdadera Navidad.
Por
fin, importa preparar el gran Encuentro. La vida no está estructurada para
terminar en la muerte, sino para transformarse a través de ella. Morimos para
vivir más y mejor, para sumergirnos en la eternidad y encontrar la Última
Realidad, hecha de amor y de misericordia. Ahí sabremos finalmente, quién somos
y cuál es nuestro verdadero nombre. Y donde podemos alimentar el mismo
sentimiento que el sabio del Antiguo Testamento: «Contemplo los días pasados y
tengo los ojos vueltos hacia la eternidad».
Finalmente,
a manera personal alimento dos sueños, sueños de un joven adulto: el primero es
procurar caminar con mas sensatez y sensibilidad a los signos que se me
presentan en la vida; y el segundo, imposible, pero bien expresado por Glenda,
niña de chalatenango y quien considero poeta a sus tan solo 11 anos: «yo sólo
quería nacer de nuevo, para enseñarme a vivir». Pero como eso es irrealizable,
sólo me queda aprender en la escuela de Dios. Parafraseando a Camões, completo:
«más viviera si no fuera, para tan gran ideal, tan corta la vida».
Mauricio Iraheta Olivo.
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