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La escuela de mis sueños.


Charlotte muestra los planos de la nueva escuela a niños del Centro Escolar San Sebastian Abajo.


Eduardo Galeano decía que “Las utopías nos sirven para alcanzar un horizonte que siempre se desplaza, lo que nos permite seguir caminando”. 

Personalmente conservo algunas utopías, y una de ellas es la escuela de mis sueños en mi país. Es aquella en que los alumnos lejos de las herramientas tecnológicas aprenden a cocinar, a coser, a reparar electrodomésticos, a hacer pequeñas reparaciones de electricidad y fontanería, a conocer la mecánica de coches y frigoríficos, y un poco de construcción civil. Trabajan en huertos, talleres de carpintería y escultura, dibujo, pintura y música. Cantan en el coro y tocan en la orquesta.

Una semana al año se suman al trabajo de barrenderos, enfermeras, vigilantes, policías, reporteros, comerciantes del mercado y cocineros profesionales de la ciudad. Así, aprenden cómo se articula la ciudad desde abajo, buceando en sus conexiones subterráneas que, en la superficie, aseguran la limpieza urbana, la atención sanitaria, la seguridad, la información y la alimentación.

Sabemos que todo niño es mimetista. Algo parecido a lo que decía la María Teresa de Calcuta: “No te preocupes por que tus hijos no te escuchan, te observan todo el día”. Si los padres dicen que toda persona merece respeto y al mismo tiempo tratan a la doméstica como esclava, con seguridad que el hijo hará lo mismo cuando sea adulto. Y lo mismo en lo tocante a la preservación o degradación ambiental.

En la escuela de sueños no hay temas tabú. Todas las situaciones limitantes de la vida se tratan con apertura y profundidad: el dolor, la pérdida, el fracaso, el nacimiento, la muerte, la enfermedad, la sexualidad y la espiritualidad. Allí los alumnos aprenden el texto dentro del contexto: las matemáticas buscan ejemplos con los precios de fruta y verduras en el mercado; el español, en el discurso de los presentadores de televisión y en los textos de los periódicos; la geografía, en los suplementos de turismo y en los conflictos internacionales; la física, en las carreras de Fórmula 1 y en las investigaciones del súper telescopio Hubble; la química, en la calidad de los cosméticos y en la cocina; la historia, en la violencia que nos han dejado las guerras, para mostrar los antecedentes en la relación colonizadores-indígenas, Ejército-Guerrilla etc.

En esta escuela de mis sueños, la interdisciplinariedad permite que los profesores de biología y educación física se complementen; la multidisciplinariedad permite estudiar la historia de los libros a partir del análisis de los textos sagrados; la transdisciplinariedad introduce clases de meditación, silencio y danza, y asocia la historia del arte con la historia de las ideologías y las expresiones litúrgicas.

Sabemos que todos los niños son generosos, pero no siempre tienen quien les enseñe a compartir lo que acumulan en los armarios, en la despensa y en el corazón. Por ello, si la escuela es laica, la enseñanza religiosa es plural: el rabino habla del judaísmo; el sacerdote del catolicismo; el médium del espiritismo; el pastor del protestantismo; el gurú del budismo, etc. Si es católico, promueve los retiros espirituales y adapta el plan de estudios al calendario litúrgico de la Iglesia.

En la escuela de mis sueños, los profesores están obligados a realizar cursos periódicos de formación, y sólo son admitidos si, además de la competencia, comparten los principios fundamentales de la propuesta pedagógica y didáctica. Porque es una escuela con ideología, una visión del mundo y un perfil definido de lo que es la democracia y la ciudadanía. Esta escuela no forma consumidores, sino ciudadanos.

No se pelea con la televisión, sino que la lleva al aula: se proyectan vídeos de anuncios y programas que luego se analizan críticamente. Se habla de la publicidad del yogur, se compra el producto, se analiza su química y se compara con la fórmula declarada por el fabricante, se denuncian las incompatibilidades y los factores que pueden ser perjudiciales para la salud. La tertulia de los domingos es desentrañada: la visión de la felicidad; la relación entre Gobierno y sociedad; los tabúes y prejuicios reforzados, etc. En definitiva, no se cierran los ojos a la realidad, sino que se cambia la forma de mirarla.

Hay una integración entre la escuela, la familia y la sociedad. La Política, con P mayúscula, es una asignatura obligatoria. Las elecciones al consejo de estudiantes o al directorio de estudiantes se toman en serio y un mes al año los sectores no vitales de la institución son gestionados por los propios estudiantes. Los políticos y candidatos son invitados a los debates y sus discursos se analizan y se comparan con sus prácticas.

No hay pruebas basadas en el prodigio de la memoria o la suerte de la elección múltiple. No hay ninguna coincidencia entre el calendario gregoriano y el plan de estudios. Juan puede completar el quinto grado en seis meses o en seis años, según su disponibilidad, aptitud y recursos.

En esta escuela es más importante educar que instruir; formar personas en lugar de profesionales; enseñar para formar seres humanos con actitud ética, felices, dignos, dotados de conciencia crítica, para mejorar la sociedad y el mundo en que vivimos. 

En la escuela de mis sueños, los profesores están bien pagados y no tienen que ir de una escuela a otra para mantenerse. Porque es la escuela de una sociedad donde la educación no es un privilegio, sino un derecho universal y el acceso a ella un deber.

Como adultos sabemos que cambió el mundo, cambió la Navidad, y cambió también la infancia. Por ello, no debemos cesar en abrazar sueños y utopías, especialmente a lo que concierne a la educación de nuestros niños, porque cultivar semillas para una escuela de sueños, es querer también rescatar los sueños de la criatura que fuimos algún día.

El Portero.

 

 

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