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Entre derechistas e izquierdistas



Nada es más parecido a un izquierdista fanático, de esos que descubren la nefasta presencia del pensamiento neoliberal hasta en las mujeres que lo repudian, que un derechista visceral, que identifica la presencia comunista incluso en la Caperucita Roja.

Ambos padecen del síndrome de pánico conspiratorio. El derechista nunca defiende a los pobres, y si eventualmente lo hace es para que no perciban cuán insensible es. Pero ni pensar en verlo como amigo de los desempleados, o de los agricultores sin tierra o de los niños de la calle. Él mira a los desheredados por el binóculo de su prejuicio, mientras que el izquierdista prefiere evitar el contacto con el pobre y sumergirse en la retórica contenida en los libros de análisis social. El izquierdista se llena la boca con categorías teóricas y prefiere el refugio de su biblioteca a mezclarse con ese proletariado que nunca llegará a ser vanguardia de la historia.

El derechista adora exhibir sus ideas en las reuniones de sociedad, brindando con el buen whisky y rodeado de gente refinada que exalta su aureola de genio. El izquierdista compra adeptos, pues no soporta vivir sin que un puñado de incautos lo cuestionen como líder.

El derechista escribe, preferentemente, para atacar a quienes no reconocen que él y la verdad son dos entidades en una sola naturaleza. El izquierdista no se preocupa sólo por combatir el sistema sino también se desgasta tratando de minar a políticos y empresarios que, a su parecer, son la encarnación del mal.

El derechista pasa por intelectual, tuerce la boca al adornar sus discursos con citas, como buscando en autoridad ajena la muleta de sus secretas inseguridades. El izquierdista cree en la palabra inmutable de los mentores del marxismo y no admite otra hermenéutica que no sea la suya.

El derechista se irrita hasta gritar si encuentra el cuello de la camisa mal planchado. Entregado a las grandes causas, las cosas pequeñas son su talón de Aquiles. Detesta hablar de derechos humanos y es condescendiente con la tortura. El izquierdista admite que, una vez en el poder, los torturados de hoy serán los torturadores de mañana.

El derechista se siente mal viendo a tantos izquierdistas sobrevivientes a todo lo que se hizo para exterminarlos: dictaduras militares, fascismo, nazismo, caída del muro de Berlín, etc. El izquierdista considera al derechista como un candidato ideal para el fusilamiento.

El derechista y el izquierdista, los dos son perfectos idiotas. El derechista padece de la enfermedad senil del capitalismo y el izquierdista, como afirmó Lenin, de la enfermedad infantil del comunismo.

Aunque soy ‘salvadoreño’, no comulgo a tomar atol con el dedo. Soy de izquierda, pero no izquierdista. Quiero que mi sociedad cuente con educación, salud, la paz y el placer, sin que los derechistas traten de reservar tales derechos a una minoría, y sin que los izquierdistas quieran impedir a los derechistas el acceso a todos los derechos, incluso el de expresar sus aberrantes fobias.

El Portero.

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