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Sobre política IV (FINAL)

Una campaña electoral como la vista el pasado domingo 11 de marzo en El Salavador, ya visto el resultado en las urnas, funciona como una conmoción sísmica: de pronto lo que estaba terminado, la estructura política, se encuentra alterada, y lo que vendrá todavía no se firmó (lo que sólo sucederá después del 1º de junio del 2012).

Debiera existir un sicoanálisis del poder, al que sin duda Shakespeare y Machado de Assis darían excelentes aportaciones. Quizás exista. Y sea yo el que, en mi inmensa ignorancia, no lo conozca.

¿No es cierto que el proceso electoral lo desordena todo? Es un festival de contradicciones y contrariedades: amigos que se vuelven enemigos, enemigos que se hacen correligionarios, hermanos que discuten con hermanos, principios ideológicos que ceden su lugar a intereses electoreros; las propuestas quedan encubiertas por meras promesas, el discurso ético casi nunca coincide con el modo como se financia la campaña…

Y todavía hay ciudadanos que se obstinan en no votar, que tienen rabia a los políticos, que vociferan contra todo y contra todos, olvidando lo elemental, mi querido Watson: que el odio destruye a quien odia y no a quien es odiado. Éste ni siquiera se entera de las repetidas ofensas proferidas contra él.

Terminado el pleito para las tareas legislativas, cada candidato tiene el derecho a mirarse en el espejo. Hay elegidos que hinchan el pecho aliviados, sienten el dulce beso de Narciso -no tanto por hermoso sino por poderoso- y se olvidan de reconocer que, en el fondo del espejo, hay una multitud de personas, sus electores, a quienes deben la victoria electoral y a quienes están obligados a no decepcionar.

Los derrotados hacen su triste balance: tanto esfuerzo, tantos viajes y reuniones, tantos apretones de manos y cafés, y sobre todo tanto dinero gastado para… ¡nada! Al final sólo merecí unos cuantos votitos, me hice conocido, creé una potencial base de sustento político… Pero sé que no puedo hacerme ilusiones. ¡Quién sabe si en las próximas elecciones…!

De hecho, los gastos electorales son fuertes. ¡Dios mío, cuántas deudas! Algunos candidatos derrotados sufren de DPE: Depresión PosElectoral.

Pero no nos engañemos. Algunos de los derrotados hicieron sus ganancias. Son las tales ‘sobras de la campaña’. ¿Sobras? En verdad, la parte que toca del millón. Una especie de dinerito caído del cielo. O mejor, de las manos de los electores. Con la ventaja de no tener que hacer presentación de cuentas ni pago de impuestos.

Después del regaño a quienes fueron responsables de la derrota (la victoria es casi siempre exclusiva del candidato), el premio de consuelo de algunos es el tradicional trabajito asegurado por quien fue elegido. No quedé como diputado o alcalde, pero, felizmente, el compañero es ahora diputado allí; aquél fue elegido alcalde, y el otro diputado también. ¡A lo mejor me consuelan con un encarguito! Total, el dinero no va a salir de sus bolsillos, sino de las arcas públicas. Si fuera preciso, hasta se puede firmar que se recibieron 5, 3 para embolsarlos y 2 para el compañero que ahora me extiende la mano…

Muchos vencedores no se aguantan de tanto convencimiento. ¡Adiós patrón, adiós reloj de fichar, adiós rutina! Ahora se trata de no pisar en falso para no caerse del tablado. Lo más importante, a partir de hoy, es tratar de garantizar la reelección dentro de tres años.

Quien fue elegido para el ejecutivo trata de organizar su equipo de gobierno atento a las alianzas, a los correligionarios bastante votados pero no elegidos, a las promesas más repetidas.

Los derrotados se amargan la boca con hiel. ¿Qué pasó? Todo indicaba que yo sería elegido. ¿Me atuve a las encuestas interesadas, a los aduladores, al coro del ‘ya ganaste’? Lo que gané fue experiencia. Y perdí meses dando brazadas, tragando agua para, a la hora H, morir en la playa.

¿Y nosotros, los electores? ¿Votamos por votar o estamos dispuestos a cobrarles duro a quienes elegimos? Sí, sé que algunos fueron a las urnas porque lo obliga la ley. Es el tiempo del voto facultativo. ¡Estoy fuera! Daré mi apoyo a tal bandera el día en que pagar impuestos también sea facultativo. ¿Por qué debo sostener económicamente la máquina del Estado y no decidir quién la ocupará?

No basta con delegar y sentirse representado. Es necesario participar: hacer todo tipo de presión sobre los elegidos, nuestros servidores. Y reforzar los movimientos sociales, la sociedad civil organizada, para que haya un permanente control social del poder público. Sobre todo exigir trasparencia y competencia.

¡Ah la política…!
Mauricio Iraheta Olivo.

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