“Una mente brillante”, película premiada con un Oscar en el año 2001, narra la vida de John Nash, premio nobel de economía de 1994. Quien desde su ingreso en la Universidad de Princeton, fue tomado por la esquizofrenia, agravada al participar de proyectos secretos del Pentágono para descifrar códigos rusos.
Los resultados de unas votaciones presidenciales, tal como se configura hasta ahora en El Salvador, tiene algo de paranoia. De repente el palco de una nación, es ocupada por una manada de personajes del ala “diestra” que, como en las piezas de Shakespeare, parecen no percibir que sus dramas familiares se reflejan en todo el reino. Nash nunca dejó de ver los fantasmas que, como personajes reales, asaltan a su mente brillante.
Más en el caso por parte de un candidato a la presidencia suena extraño, para no decir enfermizo, que personajes reales sean enfocados como si fueran fantasmas. No se pregunta por el proyecto “El Salvador”, no se cuestiona si el país proseguirá rehén de una elite saciada de lucros e indiferente a la exclusión social.
Lo que parece interesar son las emboscadas en torno a las armadillas en que pisan, el embalaje de marketing con que se presentan revestidos. Con el escenario montado, gritan en contra de resultados del TSE y el sistema democrático de un gobierno.
Nash, no llegó al suicidio, pero casi ahogó su hijo bebé en una bañera. La alucinación de los candidatos que identifican, en decisiones del TSE, una conspiración palaciana (puro Shakespeare!), llega al borde del teatro de lo absurdo de Ionesco en aquellos que hacen profesión de fe de que, una vez posesionados con la gracia de Dios, habrán de multiplicar panes y pescados. Sin darse cuenta, que, con sus convulsiones paranoicas están tratando de ahogar a una nación con la misma bañera.
Triste panorama, un texto fuera de contexto. Un caldo gordo para los demagogos que continúan instigando electores -mucha gente, y sobre todo mucha gente joven- a la esquizofrenia de seguir apoyando a fantasmas, acreditando que se tratan de personas reales.
Mauricio Iraheta Olivo.
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