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Dimensiones de la espiritualidad



Aquellos que han podido seguir algunos de mis ensayos, han notado algunas de mis reflexiones sobre las cuestiones ambientales y a los desafíos que el cambio climático implica para el futuro de nuestra civilización, para la producción y el consumo. 

Pero considero importante que no debemos descuidar nuestros problemas cotidianos, la construcción continuada de nuestra identidad y el moldeado de nuestro sentido de ser. Es una tarea que nunca termina. Hay en ella varios retos, dos de los cuales nos desafían permanentemente y debemos encararlos: la aceptación de los propios límites y la capacidad de desapegarse. 

Pero es importante considerar que hay tiempos y tempos. El tiempo natural de crecimiento de un árbol gigante puede demorar 50 años. El tiempo tecnológico para derribarlo con la motosierra dura sólo 5 minutos. ¿Cuánto tiempo necesitamos para crecer en madurez, en sabiduría, y para conquistar el propio corazón? A veces una vida entera de 80 años es demasiado corta... El tiempo interior no obedece al tiempo del reloj. Necesitamos tiempo para trabajar nuestros conflictos interiores; a veces, esos conflictos nos obligan incluso a detenernos. 

Todos los factores y prácticas en los distintos sectores de la vida personal y social deben contribuir a la construcción de la paz tan ansiada en los días actuales. Los esfuerzos serían incompletos si no incluyésemos la perspectiva de la espiritualidad. 

La espiritualidad es aquella dimensión en nosotros que responde a las preguntas últimas que acompañan siempre a nuestras búsquedas. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido del universo? ¿Qué podemos esperar más allá de esta vida? 

Las religiones suelen responder a estas inquietudes, pero ellas no tienen el monopolio de la espiritualidad. Ésta es un dato antropológico de base como la voluntad, el poder y la libido. Emerge cuando nos sentimos parte de un Todo mayor. Es más que la razón; es un sentimiento oceánico de que una Energía amorosa origina y sustenta el universo y a cada uno de nosotros. 

En el proceso evolutivo del que venimos, irrumpió un día la conciencia humana. Hay un momento de esta conciencia en que ella se da cuenta de que las cosas no está lanzadas aleatoriamente ni yuxtapuestas, al azar, una al lado de la otra. Ella intuye que un «Hilo Conductor» pasa a través de ellas, las liga y las religa. 

Las estrellas que nos fascinan en las noches cálidas del verano tropical, la selva amazónica en su majestad e inmensidad, los grandes ríos como el Amazonas, llamado con razón río-mar, la bellezas naturales como las cascadas del Iguacu, la profusión de vida en los campos, el vocerío sinfónico de los pájaros en la selva virgen, la multiplicidad de las culturas y de los rostros humanos, el misterio de los ojos de un recién nacido que es simple "ternura" -note que es de ahí donde nace la palabra tierno- que es fruto del milagro del amor entre dos personas que se quieren, todo eso nos revela cuán diverso y uno es nuestro mundo universo. 

A este «Hilo Conductor» los seres humanos le han dado mil nombres, Tao, Shiva, Alá, Yahvé, Olorum y muchos más. Todo se resume en la palabra Dios. Cuando se pronuncia con reverencia este nombre algo se mueve dentro del cerebro y del corazón. Neurólogos y neurolingüistas han identificado el «punto Dios» en el cerebro. Es un punto que hace subir la frecuencia hertziana de las neuronas como si hubiesen recibido un impulso. Esto significa que en el proceso evolutivo surgió un órgano interior mediante el cual el ser humano capta la presencia de Dios dentro del universo. Evidentemente Dios no está solamente en este punto del cerebro, sino en toda la vida y en el universo entero. Sin embargo a partir de este punto quedamos habilitados para captarlo. Y todavía más, somos capaces de dialogar con Él, de elevarle nuestras súplicas, de rendirle homenaje y de agradecerle el don de la existencia. Otras veces no decimos nada. Silenciosos y contemplativos, lo sentimos solamente. Y entonces nuestro corazón se dilata a las dimensiones del universo y nos sentimos grandes como Dios o percibimos que Dios se hace pequeño como nosotros. Se trata de una experiencia de no-dualidad, de inmersión en el misterio sin nombre, de una fusión de la amada y el Amado. 

Muy bien decía Artur da Travola con respecto al amor: “Sólo el amor no basta. El amor necesita respeto. Amor sólo, es poco. Tiene que haber inteligencia. Tiene que haber buen humor. No sirve sólo el amor. Hay que tener disciplina para educar a los hijos. Amar sin más, no basta. Es necesario convocar un conjunto de sentimientos para amparar el amor que viene con un plus de omnipotencia. El amor hasta puede bastarnos, pero él no se basta a sí mismo.” De igual forma se nos presenta la espiritualidad, porque esta no es solamente saber, sino principalmente poder sentir las dimensiones de lo humano radical. Y el efecto es una profunda y suave paz, que viene de lo Profundo. 

La humanidad necesita con urgencia este amor y paz espiritual. Ella es la fuente secreta que alimenta a la humanidad en todas sus formas. Irrumpe desde dentro, irradia en todas las direcciones, eleva la calidad de las relaciones y toca el corazón de las personas de buena voluntad. Esa paz esta hecha de reverencia, de respeto, de tolerancia, de comprensión benevolente de las limitaciones de los otros, y de la acogida del Misterio del mundo. Ella alimenta el amor, el cuidado, la voluntad de acoger y de ser acogido, de comprender y de ser comprendido, de perdonar y de ser perdonado. 

Una vez un anciano Cherokee contaba a su nieto acerca de la lucha que se desarrollaba dentro de sí mismo. Esta era entre dos lobos......"Uno es diabólico: iracundo, lujurioso, arrogante, mentiroso, falso predicador, vanidoso, resentido, ladrón, abusador y asesino. El otro es bueno: pacífico, amoroso, sereno, humilde, generoso, compasivo, fiel, bondadoso, benevolente y honesto".

El nieto, después de unos minutos de reflexión, preguntó a su abuelo: "¿Y qué lobo ganará?  El anciano cherokee simplemente respondió: "El que yo alimente".

Por eso es importante, que en un mundo perturbado como el nuestro, nada hay de más sensato y noble que anclar nuestra búsqueda de la paz en esta dimensión espiritual. De aquello de lo cual quiero que mi alma se alimente, para que mi paz pueda florecer en mí y en la inmensa comunidad de vida a la cual formo parte. Y así aquietar ese corazón humano cansado de tanto buscar.

Y tu mi querido amigo: ¿Reconoces los lobos que hay dentro de ti? ¿Has sabido diferenciar a quien de ellos estas alimentando? 

Mauricio Iraheta Olivo.





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