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El ocaso de una nueva generación


Comienzo con esta frase de Felipito, porque es a lo que actualmente nos enfrentamos jóvenes y adultos en nuestra sociedad. El premio Nobel de literatura, el portugués José Saramago hizo de la ceguera un tema para críticas severas a la sociedad actual, asentada sobre una visión reduccionista de la realidad. Mostrándonos que hay muchos videntes presumidos que son ciegos y unos pocos ciegos que son videntes. 

Actualmente, se difunde pomposamente que vivimos en la sociedad del conocimiento, una especie de nueva era de las luces. Efectivamente así es. Conocemos cada vez más sobre cada vez menos. El conocimiento especializado ha colonizado todas las áreas del saber. El saber reunido en un año es mayor que todo el saber acumulado en los últimos 40 mil años. Si por una parte esto trae innegables beneficios, por otra, nos hace ignorantes de infinidad de dimensiones, colocándonos escamas sobre los ojos e impidiéndonos así ver la totalidad. 

¿Cuáles de los grandes centros de análisis mundial de los años 60 previeron el cambio climático de los años 90? ¿Qué analistas económicos con premio Nobel antevieron la crisis económico-financiera que ha devastado los países más desarrollados en 2008? Todos eran eminentes especialistas en su campo limitado, pero ciegos en las cuestiones fundamentales. Generalmente es así: sólo vemos lo que entendemos. Como los especialistas entienden apenas una mínima parte de lo que estudian, acaban viendo apenas esa mínima parte, quedando ciegos para el todo. Cambiar este tipo de saber cartesiano desmontaría hábitos científicos consagrados y toda una visión de mundo. 

Ahora el joven de la nueva generación es también ciego, se muestra más preocupado por tener un buen empleo que por motivaciones ideológicas; menos propensas a riesgos y más apegadas a la familia. La relación con la sociedad es más virtual que real: encerrado en su cuarto, no necesita rezar "vengan todos a mi reino", pues todo le llega a través del celular, de la televisión, de Internet, del MP3. 

Dentro de la champa de una familia miserable, desprovista de sus derechos básicos como alimentación, salud y educación, puede soñar con el universo de las telenovelas y creer que, mediante la lotería, la suerte, la iglesia que le promete prosperidad, o incluso a través de la ilegalidad, llegara a tener acceso a los bienes superfluos. 

El joven actual no quiere arriesgarse; lo que anhela es experimentar. Ante la falta de motivación religiosa, experiencia espiritual e ideología altruista, tiende a buscar en la bebida y en la droga la alteración de su estado de consciencia. Sin eso no se siente suficientemente relajado, locuaz, divertido y osado. 

Es obvio que los medios de comunicación dictan patrones de comportamiento, hábitos de consumo y paradigmas ideológicos. La diferencia es que todo eso le llega al joven de tal forma envuelto en papel brillante y atado con cinta de colores que no percibe lo vulnerable que es a la dictadura del consumismo. 

Otro tema más profundo en la actualidad es: la opresión contra la mujer. Hoy esta opresión se manifiesta de maneras tan sofisticadas que llegan a convencer a las mismas mujeres de que ése es el camino verdadero de la liberación femenina. 

En nuestra sociedad capitalista, donde impera el lucro por encima de todos los valores, el patrón machista de cultura asocia erotismo y mercancía. El atractivo es la imagen estereotipada de la mujer. Su autoestima es desplazada hacia el sentirse deseada; su cuerpo es violentamente modelado según patrones consumistas de belleza; sus atributos físicos se vuelven omnipresentes. 

Donde hay ofertas de productos -televisión, revistas, periódicos, folletos, propaganda en vehículos, y toda la parafernalia de las telenovelas- lo que se mira es una profusión de senos, nalgas, labios, piernas, etc. Es como una carnicería virtual. La mujer es castrada en su inteligencia, en sus talentos y valores subjetivos, y ahora es escarnecida por las conveniencias del mercado. Es sutilmente manipulada en su ansia de alcanzar la perfección. 

Según la ironía de Ciranda da bailarina, y Edu Lobo (ambos cantantes brasileños) "Si nos fijamos bien / todo mundo tiene acné / marca de apendicitis o vacuna / y tiene lombrices, tiene amebas, / sólo la bailarina no lo tiene". Si lo tuviera sería rechazada por los patrones machistas por ser gorda, vieja, sin atributos físicos que la hagan deseable. Y si abre la boca debe hablar de emociones, nunca de valores; de fantasías, no de la realidad; de la vida privada, no de la pública (política). 

Toda mujer sabe que, mejor que ser atrayente, es ser amada. Pero el amor es un valor anticapitalista. Supone solidaridad, no competitividad; comportamiento, no acumulación; donación, no posesión. Y el machismo impregnado en esta cultura volcada hacia el consumismo teme la alteridad femenina. Resulta mejor fomentar la mujer-objeto (de consumo) como nos ha mostrado la paraguaya Larissa Riquelme. 

En la guerra de los sexos, históricamente es el hombre quien señala el lugar de la mujer. Él tiene la posesión de los bienes (patrimonio); y a ella le toca el cuidado de la casa (matrimonio). Y está claro que ella va incluida entre los bienes... Véase la costumbre tradicional, en el casamiento, de añadir el apellido del marido al nombre de la mujer. 

En la Latinoamérica colonial, se decía que a la mujer del dueño de esclavos le estaba permitido salir sólo tres veces de casa: para ser bautizada, casada y enterrada. Todavía hoy, la mujer interesada en política o en algún puesto de dirección de una empresa es, como mínimo, una amenaza para los hombres que no quieren compartir sino dominar. 

Si lo atractivo es lo que se ve, ¿Cómo exigir que los hombres se interesen por las mujeres que carecen de atributos físicos o cuando ya son vencidas por la edad? ¿Cómo sería de diferente si la belleza interior del alma se externara a simple vista como los atributos físicos? 

Es una lástima que todavía no se haya inventado botox para el alma. Ni cirugía plástica para la subjetividad. 

Una antigua parábola oriental dice: que al observar que un macaco sacó un pez del agua y lo puso en lo alto de un árbol, un águila le preguntó por qué lo hacía; y el macaco respondió: "Para que pueda respirar mejor y no muera ahogado". 

Actualmente nuestro colonialismo encarnado, nos muestra que es ésa nuestra sobrevivencia a los "valores", con la convicción de que la felicidad reside en la posesión de bienes finitos -dinero, fama, mercancía, poder- y no de valores infinitos, -amistad, solidaridad, compasión, valoración hacia las personas- que nos hace sacar al pez del agua para que pueda respirar mejor… 

Mauricio Iraheta Olivo.



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