Mi estrella - guía

Mi abuelita Maria Estela de Olivo

Ella es una persona dulce, afable, cautivadora, llena de enternecimiento. Quien la conoce no la olvida jamás. Portadora de buenas nuevas, capta siempre el lado positivo de personas y situaciones. Llena de compasión y repleta de misericordia. 

Todos cuantos la hemos conocido nos ha quedado encantado su bondad, su suavidad de espíritu, su saber vivir y el buen humor con el que encara la vida y sus adversidades. Su esposo, Osmin Antonio Olivo, -transvivenciado-, con quien vivió más de cincuenta años, vivió ese talento de ella para identificar semejanzas donde impera el antagonismo, proximidad donde reina el distanciamiento, concordia donde campea la discordia. Y si alguna vez el regusto de la amargura le hirió el alma, nunca lo sabremos. Para ella la alegría se reparte, el dolor no. 

Nacida en Tiquizate, Guatemala en 1942, hija de un empresario de transporte y de una vendedora talentosa de mercado, es la primogénita de nueve hermanos. Estudio en el Instituto Nacional Centroamérica en la capital de Guatemala – años que estuvo interna y donde vivió su mejor época-, obteniendo el titulo de secretaria. 

A los dieciocho años salió junto con sus padres hacia El Salvador, producto del cierre de la compañía bananera estadounidense, donde su padre era el administrador. Estando en San Salvador conoce a quien se convertiría en su futuro esposo, quien se vino de Juayua para estudiar en San Salvador y quien reside como pupilo en casa de la madre de ella. 

Desde joven y en cada día de la semana se dedica, por la mañana, a la caminata y a ejercicios aeróbicos. Cocinera excepcional de la culinaria guatemalteca: Fiambre, chuchitos, pepian, kak ik. ¡Obras destinadas al deleite de nuestro sabor y saber! 

Entregada a los cuidados de la educación de sus hijos, y posteriormente al de sus once nietos. Se ha dedicado siempre a sus pasatiempos: pintura, cerámica, bordado repujado, entre otros. Sin apartarse nunca de la Acción Católica, de la cual todavía forma parte. Fundadora del grupo de muchachas guías #24 y del grupo scout #158 de la Colonia Costa Rica, siendo este último el mejor grupo scout a nivel nacional en 1975. Mujer emprendedora, fungió como presidenta de las damas guatemaltecas en El Salvador, fue nombrada mujer del año y madre distinguida por la Unión de Mujeres Americanas. Formo parte del comité del instituto nacional del cáncer, donde luego de combatir esa enfermedad, trabajo como voluntaria activa dando charlas motivacionales a mujeres y hombres. 

Gustaba de visitar y brindar catequesis a jóvenes en el Centro Tutelar de Menores Infractores, fue miembro activo de las damas guadalupanas y actualmente da clases ad honorem a mujeres en diversas manualidades en la parroquía Nuestra Señora de los Ángeles. 

Muchos han disfrutado de sus frutos, que llevan siempre esa esperanza-oruga que insiste en transformarse en mariposa-utopía sobrevolando el pesimismo que a muchos suele asaltar. Dejando como herencia el ejemplo de que es posible cambiar el perfil de una sociedad con acciones religiosas, comunitarias, y voluntarias. 

Curiosa como es, nunca deja traslucir cosas personales, pero se interesa por cada detalle de lo que sucede a su alrededor. Abuela de 11 nietos dialoga de igual a igual con cada uno que se le acerca, consiguiendo la increíble hazaña de que cuando eran pequeños nunca le hayan roto ninguna de las piezas de cristal y porcelana que adornan su sala. 

Siempre le ha encantado bañarse en ríos. Como también andar de pies descalzos por su casa, y recorrer la senda saludable de una existencia modesta, a veces solitaria, pero siempre solidaria. 

Los únicos sentimientos y recuerdos que hacen brotar sus lágrimas, es la caricia del sonido de su tierra natal: la marimba. Y el recuerdo de la transvivencia de su hijo mayor Jaime Ramón Orlando Olivo, quien murió haciendo lo que más amaba en esta vida volando. 

Este es el pequeño retrato de una mujer que tiene algo de Dios, por la inmensidad de su amor y por lo mucho de ángel a causa de la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que, trabaja con el vigor de la juventud; una mujer que, ha descubierto los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Ella se satisface con la felicidad de los que ama, y que da con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud, una mujer que siendo vigorosa se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león. Una mujer que mientras viva, no la sabremos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un sólo acento de sus labios. De esta mujer aprendí el amor hacia Dios y la ternura de la vida. Su álbum de vida, sigue creciendo como un boceto de su lindo retrato de amiga, hermana, madre y abuela. 

Su nombre es María Estela Avila de Olivo, mi estrella-guía. Quién teje, con las agujas del arrullo y los hilos invisibles del misterio, la alfombra prometedora de los sueños que fomentan mi entusiasmo. Ella es un consuelo subjetivo de la alegría del alma, una mujer con sabor a eternidad. De eterna edad. Y como escribió Paco Pérez en su luna de Xelaju: “una morena de dulce mirar”. Soy su nieto mayor. Y hoy 15 de agosto cumple 74 años. 

¡Feliz cumpleaños, mi linda abuelita! 

Mauricio Iraheta Olivo