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A pasos de bastón

Wicho Octubre de 1986.
"Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria".
Joaquín Sabina

Lo que es profundamente verdadero sólo se deja decir bien, como atestiguan los antiguos sabios, por pequeñas historias y raramente por conceptos. Porque en nosotros seres humanos están todas las memorias del universo. Y aunque muchos no somos olvidadizos sino olvidadores. Ocurre que el pasado es siempre una morada pero no existe olvido capaz de demolerla. Todo se hunde en la niebla del olvido, pero cuando la niebla se despeja el olvido está lleno de memoria.

Es así que poco a poco y en medida, con la caricia de la memoria iré dando un giro en U a mis próximos escritos. Donde el corazón, improvisara un viaje a esas memorias que envuelven su universo –la infancia-, para humedecer con su rosillo sus raíces, e intentar todavía rejuvenecer y llegar bien a la travesía final. 

¿Por qué escribir sobre los comienzos de antaño? Simplemente porque fue ahí donde todos hemos recibido ese primer cuidado necesario: en la vida, en la salud, en la educación. Ahí es donde quedamos realmente impactados por el cariño, el amor, las palabras suaves y consoladoras. Es decir, hablar de tiempos de infancia, es reconocer que ahí es donde se nos revela el primer Reino del cuidado y amor, donde tuvimos la alegría por el primer símbolo creado y por la primera palabra pronunciada, de las mañanas diáfanas, por el primer vértigo al precipicio de la colina en bicicleta, por las reminiscencias de la suavidad de las brisas leves de verano, y por un sin fin, de toques-caricia que recibimos en nuestra vida por esos sentimientos y recuerdos que respiran en la memoria.

Hay una metáfora que me gusta mucho y que utilizan los mayas kaqchikeles, para nombrar a “la memoria” como Ru tchameil ru kux o “bastón del corazón”. Porque todo ser humano, incluso el más secular y racional, es mítico. Cuando quiere expresar lo que él mismo es, su alegría, su tristeza, su pasión, su amor no usa conceptos fríos sino metáforas o cuenta historias de vida que son fruto de su memoria. 

Además, es importante reconocer que el olvido está lleno de memoria. Y a veces el mayor error del ser humano es, intentar sacarse de la cabeza, aquello que no sale del corazón. Es por ello que a paso lento de mi bastón, pretenderé ir pincelando finamente letras. Tal cual carpintero iré cepillando, devastando, rebajando, lento y suavemente la madera de recuerdos. Donde cada viruta curvada que se desprende será una palabra, un suceso, un sentimiento. Estos relatos serán la viruta de madera que cogerá con sus manos el memoralista. Algunos de ellos, recuerdos intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. Donde muchos de ellos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido.

Por ello las memorias del memoralista no son las memorias de este escritor. Este ha vivido tal vez menos, pero fotografió mucho y aunque tratará de recrear con plenitud algunos detalles. Intentará entregar una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época.

Tal vez no he vivido en mí mismo; tal vez he vivido la vida de los otros. Sin embargo, es así como me voy en busca de este porvenir de mi pasado. En busca del gran quizás. Que tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza. Porque como dijo el poeta, en un arranque de genial cursilería, “cosas chicas para el mundo / pero grandes para mí”.

Mauricio Iraheta Olivo


Fotos familiares:
Jaime Ramón Orlando Olivo en brazos de tío memito en Juayua, Sonsonate. 1963

Osmin Antonio Olivo Choto, María Estela Avila de Olivo, y en brazos Lidice Lorena Olivo. 1964

De izquierda a derecha: Sabrina Rivas, Miguel Rivas (el pitis), Wicho, Laura Sofia Rivas, Jaqueline Rivas. 1983.
Carlos Alberto Olivo. 1992
Wicho año 1984.

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