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La No violencia contra la mujer salvadoreña

Comunidad Las Vueltas, Chalatenango, El Salvador.
Cada año se celebra el 25 de noviembre el “Día Internacional de la No Violencia Contra Las Mujeres” Sin embargo, es lamentable que el resto de los días del año ni se recuerde o mencione sobre la importancia de ese día. En una nación latina como la nuestra este tipo de violencia se agrava groseramente, con un fuerte componente de misoginia (aversión a la mujer), añadiéndole con ello la prepotencia machista de quien se cree dueño de su compañera y, por tanto, señor absoluto sobre el destino de ella. 

Los casos registrados por el ISDEMU, en los primeros cinco meses de este año 2013, apuntan a un 95% más de denuncias que en el mismo período del año pasado, se han perpetrado 207 homicidios, una mujer es asesinada cada 18 horas y cada hora dos mujeres denunciaron ser víctimas de agresiones. La mayoría de estas denuncias procede de mujeres jóvenes casadas, de entre 19 y 45 años y un nivel medio de escolaridad. Los agresores son, en su mayoría, hombres de entre 20 y 55 años y un nivel medio de escolaridad. El año 2011 más de 679 mujeres denunciaron agresiones sexuales, 4097 agresiones verbales y físicas por su pareja, 1297 niñas maltratadas sexualmente, 55 agresiones de acoso sexual laboral y 3 de tráfico de personas. A esta dramática realidad se le debe sumar los 26,662 embarazos de niñas y adolescentes entre 10 y 19 años. 

Actualmente muchos hogares salvadoreños, son verdaderas casas de los horrores. La mujer es humillada física y psicológicamente, maltratada, pegada, a veces mantenida en régimen de encerramiento virtual y de semiesclavitud en trabajo doméstico. Sin contar los casos de pedofilia y de agresión sexual a niñas y adolescentes por parte de su propio padre. 

La violencia contra la mujer procede de varias causas, comenzando por el silencio de las propias víctimas, que, dependiendo emocional y económicamente del agresor, o en nombre de la preservación de la unidad familiar, se quedan calladas o dominadas por el terror ante las consecuencias de una denuncia. A esto se le suma la impunidad. Katya Miranda, es un claro ejemplo de ella donde el poder público no asegura la protección a la víctima ni resulta ágil en castigar al agresor. Y es triste que ahora a Katya se le sumen los nombres de las: Alissons, Jessicas, Cristinas, Jennifers, Elsys, Guadalupes, Rosas....y tantos nombres más de niñas salvadoreñas entre 10 y 17 años, que han sido fríamente asesinadas, violadas y desaparecidas. 

La violencia contra la mujer no distingue clase, religión ni credo político, ya algunos medios de desinformación nos ha presentado el relato casi novelesco del diputado de GANA Rodrigo Samayoa y el maltrato físico hacia su esposa, pero no de la misma forma se ha divulgado el caso de Marina en la comunidad Las Vegas o el de Rosario en la comunidad Las Vueltas, por el simple hecho que su cónyuge no forman parte de la farándula salvadoreña. La violencia contra la mujer no sucede sólo en las relaciones interpersonales. Se ha generalizado por la cultura mercantilizada en que vivimos. Basta con observar la multitud de anuncios televisivos que hacen de la mujer cebo pornográfico de consumo. 

Esto puede mostrarse en su viaje al volante hacia su trabajo cuando observa el paisaje cotidiano de vallas publicitarias o establecimientos de “car wash” que seducen y detienen el trafico para el erótico “table dance” en sus aceras, o kioskos de revistas para ver la diversidad de ‘carnicería’ fotográfica. Ponga atención a los papeles femeninos en los programas de humor gringos. Entonces, si la mujer es reducida a sus nalgas y atributos físicos, tratada como ‘bitch’ o ‘zorra’, expuesta como mero objeto de uso masculino, ¿cómo esperar que sea respetada? 

Actualmente nosotros perdemos en occidente la dimensión que algunos pocos orientales y bastante literatura de oriente ha desarrollado, donde hasta el propio kamasutra ha trabajado “la dimensión espiritual de la sexualidad”, donde la sexualidad es vista como la expresión de una totalidad. Ya los griegos antiguos habían definido e identificado las gradaciones de la sexualidad, situándolas de abajo hacia arriba, comenzando por el primero; “la pornografía”, donde define que el placer de uno es la degradación del otro, segundo; “El eros” donde Freud contribuye en el sentido que el placer de uno es el placer de otros, tercero; la “filia” de donde viene la palabra filosophia, donde filia significa que el placer de los dos crea una complicidad, una unidad, y por último en el nivel superior, “el ágape”, que hace referencia que el placer es tamaño que dispensa palabras, gestos, caricias y sentidos, convirtiéndose al final en una comunión de espíritus, lo que lo convierte a una levedad del espíritu que traduce toda una experiencia de vida. 

Actualmente a pesar de que nuestras escuelas, desde hace algunos años, han introducido en los estudios clases que abordan el tema de la sexualidad. En general estas clases no se reducen más que a simples nociones de higiene corporal para evitar enfermedades de transmisión sexual. Pero no tratan del afecto, del amor, de la alteridad entre compañeros, de la familia como proyecto de vida, de la irreductible dignidad del otro, incluidos los/las homosexuales. 

Lo más grave es que hablan de sexo, pero no de afecto y de amor, sobretodo hoy que vivimos un proceso acelerado de mercantilización en todas las dimensiones de la vida y de las relaciones conyugales. Pensar que hoy hay parejas que antes de comparecer delante del altar, hacen un contrato con abogados para saber que él o ella ya hacen parte de un principio, de aquello que debería ser un salto en lo oscuro impulsado por la pasión y el amor, se termina convirtiendo y reduciendo en un simple papel que asegura la colonización del uno al otro. 

En las familias todavía hay padres que conservan el tabú de no hablar de sexo con los hijos, la homofobia, o caen en el extremo opuesto, la ‘liberación total’, la ausencia de límites, lo que favorece la erotización precoz de los niños y la promiscuidad de los adolescentes, agravada por los casos de preñez indeseada e inesperada. 

El actual gobierno encabezado por Mauricio Funes, lleva cuatro años utilizando el eslogan “Unir, crecer e incluir”, una frase de gobierno, que se resume nada más que eso. Sin duda actualmente, nuestras grandes metas solo podemos alcanzarlas, si nos juntamos y creando un cambio cultural, que permita a las mujeres, sentirse respetadas y respaldadas, en una sociedad y una presidencia que no esconda la cabeza ante la injusticia y que profese el respeto hacia la mujer desde su propio seno. Para que el día de mañana, no muy lejano, todas nuestras niñas y niños, no sufran hambre, ni discriminación, agresión sexual y verbal alguna. 

Recientemente la New Economics Foundation (NEF), ha publicado en su sitio web que El Salvador ocupa el 5º lugar a nivel mundial de los países más felices del mundo para vivir. Nadie puede ser feliz, en un país donde las mayorías populares, no lo son. Ni tampoco en un país donde cada mañana hay nuevos homicidios, desapariciones y abusos sexuales hacia nuestras mujeres y niñas, no podremos “crecer, unirnos e incluirnos” en una nación donde más de la mitad vive diariamente expuesta a la violación de sus derechos, y donde la otra mitad le da la espalda, donde el promedio de durabilidad de las relaciones conyugales es de 7 años y donde alrededor del 48% de las personas indigentes en el país lo conforman niños, niñas y ancianos. 

Mauricio Iraheta Olivo

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