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Nuestra religión y oración

La religión es hoy y ha sido siempre, según se desprende de la lectura de la Biblia y de la historia en general, muy manipulada por quienes, como los fariseos, pretenden dominar a los demás haciéndose pasar por santos. O por quienes como Obama y sus amigos, pretenden y siguen pretendiendo legitimar la guerra contra el pueblo palestino, como que si su causa fuese la de Dios.

Cristo fue un hombre lleno de ternura, compasión y amor. Pero ese amor, por real y no simplemente sentimental, lo llevó a ser muy severo, muy claro, firme, categórico contra el espíritu de los fariseos. Les llama: <<sepulcros blanqueados>>. Les llama: <<serpientes, raza de víboras>>. Les dice que no se crean gran cosa sólo por sus sotanas sus pectorales. Les recuerda que el hábito no hace al monje, pues, la vestidura o símbolos que nos colguemos, ni las frases religiosas con que adornemos nuestras alocuciones o discursos, no son lo que hará de nosotros hombres o mujeres cristianos.

El pueblo se confunde. Todos nos confundimos. ¿Qué es religión? El cristianismo, ¿es o no es compromiso con la lucha por la justicia, por la fraternidad? ¿El cristianismo no es acaso el derribamiento de los potentados de sus tronos y la exaltación de los humildes?

Actualmente, hay muchas personas que se presentan como grandes creyentes y cristianos, gente que incluso va mucho a las iglesias, pero no se preocupa por los demás, ni por hacer de este mundo un mundo más justo y más fraterno. Suelen ser muy críticos de los que ellos consideran ateos y la verdad es que son ellos los ateos. Son ateos en la práctica. Su fe es estéril, no da frutos. A este tipo de gente podríamos llamarles creyentes teóricos, pero ateos prácticos. Por otro lado, hay quienes se dicen no creyentes –nada quieren con curas ni con iglesias- pero al mismo tiempo escuchan la voz de Dios, que desde el interior de sus almas les invita a extender, como el Buen Samaritano, su solidaridad al hermano necesitado y a dedicar su vida a la causa de la justicia y la fraternidad. A estos, porque dicen que no creen en Dios, podríamos llamarlos ateos teóricos, pero por vivir una vida de entrega a los demás, de generosidad y amor, les tendríamos que considerar como creyentes en la práctica, porque viven el Amor, creen en el Amor y el Amor es Dios.

Hay también aquellos que, tanto en la práctica como en la teoría, son creyentes. A éstos podríamos llamarles creyentes con fe explícita. En esta última categoría ubicaría yo a la mayoría de nuestros campesinos y pobres de nuestro El Salvador. Donde, para ellos la oración es fundamental, indispensable, si quieren ser fieles a su compromiso y vocación de no claudicar en la lucha por la erradicación del egoísmo, y del individualismo.

Si nosotros, los que nos llamamos cristianos, no vivimos una vida de oración, caeremos; no seremos fieles, traicionaremos nuestra vocación de constructores de un mundo en el que todos vivamos como hermanos, no como amos y siervos, sino como socios en el trabajo común por desarrollar esta tierra que es de todos y para todos.

La vida del cristiano tiene que encaminarse siempre a seguir el ejemplo de Jesús. Él era un hombre de oración, de profunda y constante oración. Jesús quería que sus seguidores también fuéramos personas de mucha oración y no solo nos lo dijo, sino que nos enseño a orar. Cristo nos dio el mejor modelo de oración: el Padre Nuestro. Esa oración, que todos conocemos desde pequeños, debe ser objeto de nuestra meditación y reflexión constante.

Mahatma Gandhi, asesinado hace sesenta y dos años en la India, que fue no solamente el libertador de su pueblo sino que, también, uno de los más grandes hombres de la historia, nos decía que la oración era el alimento de su alma. <<Yo soy un hombre de fe y de oración>>, decía Gandhi. Y añadía: <<la oración ha sido la salvación de mi vida. Sin ella hace tiempo me hubiera vuelto loco. Los que conocen la historia de mi vida saben que tanto en lo privado como en la parte pública ha estado llena de amarguísimas experiencias. Me ponían en situaciones de desesperación temporal. Pero si pude salir adelante fue por la oración>>.

Gandhi cuenta cómo, en su caso personal, él descubrió la necesidad de la oración hasta que ya era hombre. Inicialmente pasó por una etapa de no creer ni en Dios ni en la oración. Pero poco a poco esto fue cambiando hasta que llegó a sentir una gran necesidad de orar y <<a sentir que no podía estar contento sin estar orando. Y entre más mi fe en Dios se fortalecía>>, nos dice, <<más irresistible se hacía mi deseo de orar. La vida parecía aburrida y vacía sin la oración>>. En otro momento nos dice Gandhi: <<así como el alimento es necesario para el cuerpo, la oración es necesaria para el alma. Un hombre puede pasar muchos días sin comer, pero el que realmente cree en Dios no puede vivir un momento sin la oración>>.

<<Les he dado mi testimonio personal>>, termina diciéndonos Gandhi, ahora <<que todos prueben y descubran que como consecuencia de su oración de todos los días, añaden algo nuevo en su vida, algo incomparable>>.

Experiencias como estas de Gandhi o de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, son lo que debemos tomar como constante de nuestras vidas. Algo que debería crecer con los años en la misma medida en que nuestro amor y compromiso crece y se fortalece con fe hacia Dios. Dejándonos sumergir en nuestro silencio interior, para desde adentro alabarlo, decirle gracias y pedirle luz y fortaleza para soportar todo lo que sea necesario soportar en nuestros días. Recurramos a Cristo por medio de María. Como muchos salvadoreños, no solo llamémosla sino que sintámosla como Madre. Madre del pueblo, Madre de la paz, Madre de los héroes y mártires. Madre de las Madres.

Para finalizar esta pequeña reflexión, me gustaría compartir con ustedes una oración de Mahatma Gandhi que he traducido al español cambiando nombres geográficos de India por los de El Salvador para que la sintamos más y la optemos.

Señor de la humildad


Señor de la humildad, Tú que vives
en el más pobrecito y marginado de las champas,
ayúdanos a buscarte a lo largo y ancho
de esta hermosa tierra
bañada por el Acelhuate, el Río Lempa,
el Paz y el Goascorán.

Danos receptividad, corazones abiertos y generosos,
danos tu humildad, danos
la capacidad y el deseo
de identificarnos siempre
con los pobres, con la mayoría de nuestro El Salvador.

Oh Dios, que ayudas sólo cuando el hombre
se hace realmente humilde,
concédenos que nunca
nos aislemos del pueblo
al que deseamos servir como compañeros
y amigos.

Concédenos que seamos ejemplos vivos de auto sacrificio,
encarnaciones de divinidad,
la humildad hecha persona, de tal manera
que lleguemos a conocer mejor nuestra tierra
y amarla más.

Amén.

Mauricio Iraheta.

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