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MORIR PARA VIVIR

Catorce fueron los atentados que la UCA recibió antes de aquella noche última del 16 de noviembre de 1989, que acabó con las vidas de seis sacerdotes jesuitas y sus colaboradoras. Noche, que no los atacaron con ballestas o espadas como lo hicieron con Jesús en su tiempo, sino con el protagonismo de las pistolas y fusiles que penetraron, encarnizaron y quemaron como solo el sabor del plomo en la sangre puede hacerlo, desflorando sus cuerpos y corazones en el pequeño jardín de las rosas que hoy hace 20 años fue testigo de ese acto criminal y vil hacia estos seres humanos, profetas, amigos, maestros y compañeros de Jesús. Y así como Pilato preguntó de Jesús, es como también nosotros lo hacemos en nuestros días -Pero, ¿Qué mal ha hecho este hombre? Para merecer la muerte,- (Lc23, 22) ¿Qué fue lo que llenó de tanto odio a sus asesinos para tomar esa decisión? Aquel acontecimiento, es igual al que se presenta en el evangelio de Lucas cuando muestran a Jesús ante Pilato acusándolo de -estar alborotando al pueblo y que difunde su doctrina por todo el país de los judíos- (Lc23, 5) y es de lo mismo que a estos seres humanos se les acusa de ser blasfemos, agitadores y subversivos del pueblo salvadoreño. Pero más bien eran rostros y corazones de personas enamoradas de su misión en El Salvador y como fieles seguidores de Jesús dieron la Buena Noticia a los pobres.

Los Padres Jesuitas de la UCA se dieron cuenta que la experiencia del pueblo salvadoreño es la vivencia de un pueblo explotado que lucha por su liberación, pero también la de un pueblo cristiano que en el corazón de esa lucha vive y canta en la misa campesina, su fe en el Dios de los pobres. Y fue a través de este compromiso que desarrollaron con la razón y el corazón la dimensión humanista, cristiana, científica, unitaria, visionaria, ética, política y social de la realidad salvadoreña, como también su profunda fe, devoción por los pobres, su condena al imperialismo, sus dimensiones teológicas que se hace cercana y constante como ejemplo en la construcción de la iglesia de los pobres, desafiando y cuestionando las altas jerarquías, a fin de contribuir desde el evangelio liberador.

Siendo por ello personas odiadas y queridas por muchos, personas profundamente amigas y humanas de carne y hueso, inteligentes, con sus mañas, imperfecciones, sentimientos, defectos y debilidades. Seres humanos que aprendieron de la realidad salvadoreña, que idearon y construyeron proyectos, donde acertaron en muchos y se equivocaron en otros, lucharon con tenacidad impresionante contra los eternos poseedores de la verdad, supieron analizar situaciones con gran lucidez, resistieron a numerosos ataques desde todos los flancos, desde la derecha recalcitrante, hasta la izquierda perfumada que nunca comprendió el camino armado de las ideas que les tocó emprender para defender su propuesta política y teológica, lograron muchos de sus objetivos, evolucionaron con el tiempo en sus pensamientos y en muchas ocasiones se adelantaron a él, por la claridad y lo acertado de sus mensajes.

Se dieron cuenta cómo el pueblo salvadoreño fue despojado no solo del fruto de su trabajo, sino también de su propia vida, de su libertad, de sus derechos y de su patria. Enfatizando mucho en el pobre económico y comprendiendo que el pobre no es un pobre, sino un empobrecido. Y que los diferentes rostros de su pobreza es el resultado de mecanismos económicos, políticos y sociales ajustados y manejados por parte de las manos de una minoría de grupos oligárquicos del país.

Además de ello, también nuestros mártires fueron intelectuales que mostraron una universidad, seminarios y colegios diferentes de la Compañía de Jesús, destinada a la gente pobre y al país mismo no “élite”, primordialmente no para formar profesionales sino personas con una conciencia crítica de la realidad nacional enganchada con la realidad de la región Centroamericana, Latinoamericana y del mundo. Sin duda una idea novedosa de cómo debía trabajar en el mundo la enseñanza Jesuita.

La motivación fundamental de sus vidas y trabajo fue profundamente evangélica. Y no marxista como muchos intuían y catalogan hasta nuestros días. Jesucristo con su Evangelio y Marx con su ciencia están en dos planos diferentes. No creo que tuviera sentido que alguien dijera que está cambiando a Cristo por Galileo, por Newton, por Einstein o por algún científico de fama. Pues, del mismo plano de éstos es Marx y no tiene sentido decir que se cambia por Cristo. A Cristo no lo cambiaron por nada ni por nadie, al contrario fue ése el motor, esa motivación fundamental que los llevó a trabajar por la construcción del Reino de Dios en esta pequeña parcela de tierra como lo es nuestro querido El Salvador.

Los Padres Jesuitas, fueron seres humanos que también vivieron y vieron que la Cruz no es opcional para el cristiano, sino la cosa más central para los seguidores de Jesús. Teniendo la obligación de predicar la Cruz, que al predicar la Cruz es predicar la lucha no violenta. Donde ésta no es la violencia de la cobarde resignación ante lo inaceptable, sino más bien se trata de la no violencia que implica arriesgar la vida por la causa de la fraternidad. Cuando practicaron la no violencia de Jesús empezaron a sufrir las represalias de los opresores. Esas represalias son la Cruz. Y cuando experimentaron la Cruz en carne propia participaron en los dolores de parto de la nueva humanidad en Cristo Jesús, Nuestro Señor.

Para nosotros las viejas y nuevas generaciones, que todavía no podemos alejar el inmenso dolor y fuerza del dedo en la llaga que guarda nuestra memoria por el crimen hacia nuestros mártires, donde muchos hubieran querido así como lo hicieron ellos con Jesús el haberlos acompañado en ese camino de luz, fe y esperanza. Hemos sido testigos que sus enseñanzas, legados, prédicas y Evangelio es a prueba de balas. Porque la semilla que sembraron nuestros queridos Lolo, Ellacu, Nacho, Segundo, Amando y Moreno; semilla de sangre que no solo se hundió y fundió en el jardín de las rosas, sino que también se hundió en tierra fecundada de la sangre y corazones -de los que construyen edificios, barren, lavan, planchan, cargan, cultivan, producen, sudan, estudian, enseñan, predican, manejan camiones y ponen la sangre en las guerras- echó raíces y tomó vida, se desarrolló y la cosecha la estamos viviendo en nuestros días, veinte años después. A través de sus vidas y obras que son extensas y ricas en matices, libros, escritos, discursos, cátedras universitarias, intervenciones y textos alusivos a su persona. Recojamos de ello el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abrámonos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas las rodillas, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen el valor para imitarlos.

Mauricio Iraheta.

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