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Mi encuentro con Las Vegas


Jonathan y griselda en la tarde de la catequesis

Para muchos cuando leen o escuchan la palabra “Las vegas” podrían asociarlo al desenfreno de casinos, diversión, lujuria y embriagues que ofrecen las VEGAS de los gringos. Sin embargo, no es de esa ciudad a la cual me quiero referir en estas líneas. Sino de unas Vegas mas hermosamente incrustadas en las montañas chalatecas del municipio de Arcatao a 135 Km de la capital San Salvador.

En la comunidad viven alrededor de 35 familias. Donde los niños y mujeres representan la gran mayoría, y aunque estos no cuentan con el hospedaje de un Caesar Palace, MGM, o un Hard Rock Café y mucho menos gozan del entretenimiento de un Cirque du Soliel o la magia de David Copperfield. Sin embargo sus días entre la carencia y humildad son hermosos.

Sus casas pequeñas y fragiles de barro se asemejan a la de muchos de nuestros campesinos. Y donde el entretenimiento cotidiano de niños y jóvenes, se muestra limitado a las responsabilidades caseras diarias: tapiscando y moliendo maíz, cortando leña, ordeñando vacas, etc. Sin duda, algo que los niños y jóvenes pos-modernos de la capital no tolerarían. Porque sus mentes y cuerpos, callosos por los videos juegos y el internet los exoneran de tales actividades.

Mi primer encuentro con la comunidad fue a mediados de diciembre del año 2009. Cuando participe en un encuentro de la Compañía de Jesús con otros jóvenes de diferentes nacionalidades de Centroamérica, para guiarlos en su discernimiento de la vocación como sacerdote Jesuita. Entre una de las actividades que se realizan en este “campamento”, es la convivencia y vivencia con la gente de las comunidades aledañas al municipio de Arcatao. Todo con el fin de conocer la realidad y los limitantes con que deben afrontar muchas de las familias pobres de nuestra región Centroamericana.


jugando al fútbol con los niños de la comunidad.

Y fue precisamente, esta comunidad “las Vegas” en las que junto con otro compañero, José Luis de Honduras fui asignado. Y en la cual, emprendimos una experiencia que durante seis días convivimos cada quien con una familia: trabajando, comiendo, durmiendo y entreteniéndonos al estilo de una persona del campo.

Mi familia de aquellos días, estaba compuesta por siete miembros. La señora Bersabel de 85 años, sus cuatro nietos –Nelly de 7, Alvaro de 6, Luis de 9 y Juancito de 14 meses- y su hijo Mauricio con su acompañante Angélica. Una familia muy singular al igual que cada una de la comunidad. Con un enorme desprendimiento de amor y cariño, y a pesar de contar con sus limitantes económicas, siempre en esos días me brindaron lo mejor con el calor de la tortilla con frijol, el café con pan, el huevo e incluso de la sopa de gallina (siendo esto algo usual solamente para ocasiones especiales).

Definitivamente, en esos días no fui considerado un simple viajero sino un miembro más de la familia, en el que compartían historias de todo tipo cómo: la vez que se le apareció el cadejo a la niña Bersa, de cómo Godofredo -el hijo mayor- hizo para irse de mojado a los EEUU, de los días que se escondieron en la montaña por miedo a los soldado. En fin, conversaciones y convivencias familiares que a veces se pierden o re-emplazan en la mayoría de nuestras familias, porque vale más la compañía del televisor en una comida, o quedarnos en casa sumergidos en el internet, que realizar una visita a la casa de los abuelos.

Fue así como poco a poco me adentre en la realidad cotidiana de estas familias. Donde podría asegurar, que el 90% de estas se encuentra fuertemente lacerada por los acaecimientos de la guerra pasada. Donde muchos todavía muestran corazones y mentes impotentes ante la aceptación de aquel ser querido que fue asesinado, violado o desaparecido. O de cómo ellos al ver las masacres, se refugiaban y sobrevivían en lo profundo de las montañas de Chalatenango.

Es así, como después de esta experiencia, vivencia, convivencia y de conocer un poco la historia de la comunidad, -como también de otras aldeas indígenas del Quiché en Guatemala- que el discernimiento y mi fe espiritual, fue concibiendo una mayor madurez, pero sobretodo una mayor inquietud por el compromiso y el trabajo hacia estas comunidades. Porque, es ahí donde se juega uno de los dramas más profundos y con los ribetes más increíbles. Donde con la mano y el rostro de niños y ancianos, es que nace, vive, palpita, suscita y resucita, el corazón verdadero Dios. El Dios de rostro curtido, el del pobre, del campesino, del humano, del sencillo, del dispuesto por naturaleza a la humildad y al amor. Es ese mismo Dios carpintero, que habita y sigue floreciendo en cada uno de los corazones de las familias de esta grandiosa comunidad chalateca.

Sin lugar a duda, es ese el compromiso que tenemos que llenar y forjar en muchos de los corazones de jóvenes y niños que viven en la ciudad. De que vivan, y hagan nacer en sus corazones el espíritu verdadero de Dios. De que aprecien lo sencillo, lo humilde, lo solidario, lo sincero, y lo fraterno. Para que sus valores, no se vean reemplazados por el egoísmo y la codicia capitalista del “querer tener más” o “ser mejor”. Si no, que su corazón, alma y mente se fundamenten en el segundo mandamiento más importante de Dios “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”.

Pero ¿Quién es mi prójimo? No nos compliquemos investigando quién es nuestro prójimo. ¿Será aquél que nos encontramos en la calle, el pobre, el sucio...? Sí, él es nuestro prójimo. Pero también recordemos que prójimo es sinónimo de “próximo”. Algunas veces nos cuesta trabajo amar verdaderamente a nuestro prójimo que está más cercano a nosotros, en el trabajo, en la universidad, en la colonia, en la escuela. Aquella persona con la que tengo contacto personal cotidiana y que a veces humanamente me es difícil convivir, que es una cosa muy normal, pero en esos momentos es donde verdaderamente entra el verdadero amor a nuestro prójimo.

¿A quién no le gusta recibir una sonrisa, unos buenos días, un comentario positivo? La sonrisa es un buen detalle práctico de amor al prójimo. Sonreír plácidamente, ser amable, cordial y abierto con todos. Es un lenguaje universal; lo mismo lo entiende un polaco que un chino; muchas veces ayuda a quitar aquel polvillo rutinario del trabajo, que se ha ido acumulando a lo largo de las jornadas. ¿Qué más prueba de amor al prójimo podemos dar? Esta es una forma sencilla y práctica. Así construiremos un clima de benevolencia en nuestro alrededor y nuestra comunidad. ¡Los invito a que hagamos la prueba!


Conversando en casa de doña Joaquina sobre su viviencia en la guerra

José Luis y las catequistas-Jessica y Heidi- despues de impartir la doctrina a niños.

Brenda de 11 años, moliendo maiz en su casa.

Trabajando en el desgrano de maiz

José Luis ordeñando

Jugando con Alvarito antes de dormir


Junto con Maritza en el bus hacia el río Sumpul


Casa de Doña Bersabel


Mauricio Iraheta Olivo


2 comentarios :

  1. Madre Teresa de Calcùta "Un vaso de agua que se da a un pobre con misericordia y amor, es un vaso de agua que se da al mismo Dios"

    Exelente!!

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  2. Excelente artículo Mauricio, deberia promoverse en los colegios este tipo de vivencias con nuestros hermanos de comunidades mas pobres para que los jovenes aprendar a compartir y a apreciar lo valioso de la vida.

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