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Escenario de unas votaciones presidenciales


Una elección presidencial como la celebrada el pasado domingo nueve de marzo en El Salvador, ya visto el resultado en las urnas, funciona como una conmoción sísmica: de pronto lo que estaba terminado, la estructura política, se encuentra alterada, y lo que vendrá todavía no se firmó.


Los resultados de las votaciones presidenciales, tal como se configuraron en El Salvador, tuvieron para muchos algo de esquizofrenia y paranoia. De repente un palco del ala derecha de la nación, fue ocupada por una manada de personajes que, como en las piezas de Shakespeare, parecen no percibir que sus dramas familiares se reflejan en todo el reino. Porque hay adultos que no superan nunca la fase de exhibicionismo propia de la infancia y quieren hacer siempre de la mirada ajena un espejo de su autoimagen.

Y es que por parte de un ex-candidato a la presidencia suena extraño, para no decir enfermizo, que sienta una necesidad compulsiva de comprobar siempre su poder, destacándose por la arbitrariedad y transformando a sus subalternos en meros instrumentos de su soberbia. Siempre tratando de suscitar envidia ajena por su mero capricho, como el niño que va a la escuela con reloj nuevo, no para saber la hora sino para que todos queden admirados de su objeto de ostentación. Se complace en exhibirse incluso cuando hace algún gesto magnánimo. No se pregunta por el proyecto “El Salvador”, no se cuestiona si el país proseguirá rehén de una elite saciada de lucros e indiferente a la exclusión social. Lo que parece interesar son las emboscadas en torno a las armadillas en que pisa, el embalaje de marketing con que se presenta revestido. Con el escenario montado, gritan en contra de resultados del Tribunal Supremo Electoral y el sistema democrático de un gobierno.

Sin embargo, ya muchos sabemos que los discursos de campaña electoral son como las ventas en mercado libre –no extienden factura– y que los candidatos aparezcan envueltos en una aureola de confiabilidad, el problema reside en el piso de abajo. Al contrario de lo que se dice, lo que es de barro es el anda, no el santo. 

Por otra parte algo que distingue a la nueva pareja presidencial. Es que los dos tienen en común mucho más de lo que cree nuestro vano prejuicio. Ninguno de ellos procede de las tradicionales oligarquías que acostumbraban a hacer en la vida pública lo que hacen en la privada. Ni pertenecen a la élite salvadoreña, ni nacieron en cuna de lujo. Los dos proceden de la clase pobre o media. Ambos repudian la dictadura militar, el conservadurismo, y para horror de las viejas oligarquías, estos nuevos elegidos han tenido en la izquierda su iniciación política. 

También es importante resaltar que ambos tendrán mucho reto por conquistar en áreas como la salud, educación, vivienda, saneamiento y seguridad. Porque El Salvador, sigue siendo un pequeño pulgar con pies de barro. Sobre todo, por los recientes descubrimientos de ex-funcionarios públicos que utilizaron al gobierno como un antro de nepotismo, corrupción, tráfico de influencias y administraciones mezquinas -a pesar de que hubiera funcionarios éticos, de una dedicación esmerada al servicio público- pone sobre el tapete una cuestión más profunda a este nuevo Gobierno: el fin de una era política en que las instituciones de poder se mantengan por encima de toda sospecha.

Porque el Gobierno, al igual que ciertas empresas de obras públicas, es una entidad con doble discurso: “hacia dentro” asume decisiones según los parámetros de la racionalidad; por eso es tan complejo como los circuitos de las neuronas de nuestro cerebro. El Gobierno es el cerebro y su burocracia la red aparente de aquellas intrincadas conexiones que le hacen ordenar la sociedad, bien rumbo al desarrollo, bien para reprimir o consentir la corrupción y marañerias.

Pero el Gobierno no opera sólo en el plano racional. Hay en él otro lenguaje, “hacia afuera”, disimulado, subjetivo, no visible o audible o público; lenguaje acuñado en la hoguera de las vanidades, en las disputas internas, en los trabajos de pasillos, en la defensa de los intereses corporativos, en las sendas oscuras de la corrupción. Las decisiones racionales son manifestaciones de ese juego entre bastidores que el público no percibe y donde ocasionalmente se considera lo que es su interés.

Es por ello que El Salvador será, a partir del 1º de junio del 2014, el resultado de las elecciones de marzo. Para mejor o para peor. Y los que nos gobernarán escogidos por el voto de cada uno de nosotros. Y gracias a los impuestos que pagamos ellos administrarán –bien o mal– los millones recaudados por el fisco, incluidos los salarios de los políticos y el costo de sus gabinetes de trabajo y sus respectivos viáticos.

Y aunque en un nuevo período de transición de la democracia, siempre se mezclan luces y sombras, alianzas entre sectores progresistas y conservadores, en el ambiguo compás de una de cal y otra de arena. Donde además del sistema político, la democracia debe robustecer el sistema jurídico, para reducir la antinomia entre el “hacia dentro” y “hacia fuera”. Siempre que no se quiera perfumar el chivo que entró en la sala al pretender inhibir el combate a la impunidad. Porque como sugiere Enmanuel Lévinas, la política debe ser controlada y criticada siempre a partir de la ética. Por ello, es importante que este nuevo Gobierno tenga a funcionarios públicos que cuenten con esta ecuación cargo-responsabilidad-competencia. Y se someta a un efectivo controlo popular para que haga expulsar al chivo, y así hacer coincidir la transparencia y la actividad política en nuestro país. 

Publicación UCA por revista: "Carta a las iglesias"
Marzo/2014
http://www.uca.edu.sv/publica/cartas/


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