Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Aniversario de cumpleaños

 17 de julio de 1992, de izquierda a derecha: Jaime Ramon Orlando Olivo, Maria Estela Olivo, Wicho, Carlos Alberto Iraheta Olivo, Jaime Eduardo Olivo.

Este 17 de julio celebro y sigo alimentando años en este camino lindo de la vida. Un nuevo aniversario de cumpleaños, en donde salgo al encuentro de aquel niño que todavía pervive en mí.

Y es que es curioso, que en nuestro camino de vida experimentamos una curiosa paradoja: cuanto más avanzamos en edad, más regresamos a los tiempos de la infancia. Y parece que la vida nos invita a unir las dos puntas y comenzar a hacer una síntesis final. O quién sabe, el ocaso de la vida con la pérdida inevitable de la vitalidad, con los ritmos más tranquilos y los límites insoslayables de la última fase, inconscientemente nos lleva a buscar fortalecimiento allí donde todo empezó. La existencia cansada viene a humedecer con su rosillo sus raíces en aquellos comienzos de antaño para intentar todavía rejuvenecer y llegar bien a la travesía final. 

Eso fue lo que me ocurrió el día de ayer, cuando entre los armarios de la casa de mis padres encontré entre el polvo un juego muy especial de mi infancia. Y así, como a veces un simple helado enardece el indeleble reducto de la memoria. O como un sabor o un aroma nos disparan imágenes, con el juego encontrado fui silenciosamente dibujando el paisaje y el sonido de aquel lugar testigo de alegrías y travesuras. Un espacio de la vida que no pertenece a un acontecimiento nostálgico, sino a un presente, un sentimiento que me continúa alimentando en creatividad, sueños y escapes.

En mi infancia por ejemplo fui un niño ni rico ni pobre; feliz. Crecí en una de esas lindas colonias en San Salvador en compañía de mis abuelos y tíos maternos. Donde tenía mi perro salchicha que me seguía por todas partes. Y con la mente poblada por la imaginación y de la complicidad de mis amigos -Juan, Pedro, Gabriela, Pitis y tantos más- se estimulaba la creatividad. De un palo de escoba salía un caballo, de una tabla y cuatro ruedas un carrito, de una caja de zapatos un castillo. 

Pero sin lugar a dudas los lugares queridos de la infancia marcan nuestra psique porque los llevamos dentro: cada árbol, cada mascota, cada curva del camino, cada cuesta o pendiente. La mente infantil exagera en las proporciones. Lo que considerábamos una subida penosa y difícil, no pasa de ser una sencilla cuesta o bajada. Las canchas de futbol era un simple cosmos de pavimento con dos piedras como meta. Los montes inmensos para el campin eran tan sólo pequeños jardines. El chapuson o buceo que emprendíamos en aquella alberca que no pasaba de ser una diminuta pileta del patio trasero. 

Pero fue ahí donde me sentí parte del paisaje, ahí están mis raíces, el lugar donde empecé a alimentar sueños, a contemplar las estrellas en el calor de las noches de verano y a situarme en el mundo. Es curioso, cuando pienso en lugares considerados importantes, me remito siempre a ese tiempo remoto de dónde vengo, del recuerdo de aquel niño moreno piernas flacas lleno de entusiasmo por jugar cada día a la pelota, alimentado con las pláticas de mi abuelo sobre libros e historia. O los días que panza arriba nos situábamos con los amigos en el techo de la casa, a compás de churros, mango y gaseosa en bolsa. Donde podíamos pasar horas, horas y horas pensando ni en lo que podría ser mañana, ni de lo que venía o no venía. Porque simplemente disfrutábamos el momento presente.

Unos días de infancia donde el deseo era libre de ansiedades e inmune al consumismo. A excepción de las paletas de Don Chepe y de las pupusas de la San Ignacio que era un ritual para nuestros días. Y donde en la convivencia en casa con mis tíos -Jaime, Osmin, Romel y Boris- me fueron enseñando cada uno con su singularidad cuán importante es el saber compartir lo que se acumula en armarios, en la despensa y en el corazón. 

Por ello y más, estoy seguro que tanto ustedes como yo portan una infancia con magia encantadora con origen y finitud como toda experiencia de vida. Donde, por más espléndidos paisajes que hayamos tenido la posibilidad de contemplar en otros lugares, ninguno es interiormente más bonito que el de los días de infancia. Porque ella es única en el mundo. Y porque todo lo que es único en el universo nunca más vuelve a suceder y por eso es intrínsecamente hermoso y sobretodo sagrado. Donde de forma envolvente nos toma totalmente, nos fascina, habla a lo profundo de nuestro ser y nos da la experiencia inmediata de respeto, de temor y de veneración. 

Es así que a través de este sentido de lo sagrado, así asumido me hace regresar del exilio y despertar de esta alienación adulta. Para introducirme en la Casa que había abandonado. Y sin duda los tiempos vuelven al inicio misterioso de la caminada de la vida. Pero tenemos que seguir adelante. Ellos vienen con nosotros en nuestro corazón, ahora ligero y rejuvenecido porque empapó sus raíces en la esencia de la vida que es la sangre, los lazos, el afecto y el amor.

Por eso a manera de confesión decirles a ustedes amigos, que aún llevo ese niño dentro de mí, el mismo Wicho. Que continúa siendo alegre, amoroso, inmerso en fantasías. Que ya treintañero, sueña con un futuro promisorio y que sabe, que la vejez no es sólo un predicado de la edad. Sino, que es el saber cultivar corazones de carne, capaz de encantamiento, de curiosidad y sin vértigo del alma frente a la inmensidad del porvenir. 

Por ello, con este nuevo aniversario de vida me siento con ansias de futuro, partidario de utopías. Y sobretodo para seguir inyectándome de palabras como las de Ernesto Guevara: "Ser realista y hacer lo imposible". Pero para ello necesito saber, y continuar en la penetración a fondo de los misterios de mi propia vida, recoger los fragmentos esparcidos por el pasado y tratar de reconstruir el mosaico. Y procurar de que aquellas astillas no puedan pulverizar la memoria, sino más bien lograr a que se reagrupen y formen un conjunto con sentido, que formen un lindo bordado de vida, que aún al revés, exhibe líneas entrecruzadas de colores y llenas de vida, que permitan contemplar el diseño configurado por el otro lado.

Es así que en este camino de vida, de la mano de hermosos corazones de –abuelos, padres, tíos, esposa, hermanos y amigos- he aprendido, que la felicidad es no avergonzarse de la propia historia, sino más bien el saber cultivarla, en los campos ubérrimos de la subjetividad, como amorosas orquídeas brotadas, como por milagro, en los troncos ásperos de esta linda existencia humana.


Mauricio Iraheta Olivo (Wicho)



PD: Dedicado con especial cariño a mí tío y padrino Jaime Ramón Orlando Olivo Avila. Con quien celebramos siempre juntos la misma fecha de aniversario. Ahora él desde su bienaventuranza y yo desde esta vida terrenal.


17 de julio de 1991, de izquierda a derecha: Jaime Ramón Orlando Olivo, Mamá Carmen, Lidice




No hay comentarios :

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...