Amapola |
¿Y cómo, en dónde yace
aquel
antiguo amor?
¿Es ahora
una tumba de pájaro, una gota
de cuarzo negro,
un trozo
de madera roída por la lluvia?
¿Y de aquel cuerpo que como la luna
relucía en el oscuro verano
Chalateco,
qué quedará?
La mano
que sostuvo
toda la transparencia y el rumor
del río sosegado,
los ojos en el bosque,
anchos, petrificados
como las luciernagas de la noche,
los pies
de la muchacha de mis sueños,
pies de espiga, de panela, de cereza,
de pájaro, de flor,
¿Dónde esta el amor muerto?
¿El amor, el amor,
dónde se va a morir?
A los graneros
remotos de mis libros,
al pie de los lirios que murieron
bajo los siete pies de la ceniza
de aquellas montañas
clara
oscura
sabor a panela.
Oh amor
de la primera luz del alba,
del mediodía acerrimo
y sus lanzas,
amor con todo el cielo
gota a gota
cuando la noche cruza
por el mundo
en su total navío,
oh amor de soledad
fresco,
violeta derramada,
con aroma y rocío
y estrellada frescura
desnuda
sobre el rostro:
aquellos besos
que
trepaban
por la piel, enramándose y mordiendo,
desde los puros cuerpos extendidos
hasta la piedra roja de la nave guerrillera.
Pola de ojos anchos,
a la luna
o al sol invierno, cuando
las sonrisas
reciben el dolor, la alevosía
del olvido inmenso
y tu brillas, Pola,
como el cristal quemado
del topacio,
como la quemadura
del clavel,
como el metal que estalla en el relámpago
que transmigra a los labios de la noche.
Pola
abierta entre amapolas,
centella
morena
del primer dolor,
estrella entre los peces,
a la luz
de la pura corriente genital,
del corazón visible,
miel de almendro,
polen incendiario
de los misteriosos musgos.
Campanas de Chalatenango
petalo de mar
y tierra,
agua que parpadea
para abrir el verano,
río del Sumpul,
estrella dura clavada en la montaña,
orilla de trenes que aullan,
atravesando el mapa
solitario:
reino de las raíces
con fulgor de menta,
cabellera de helechos,
pubis mojado sabor a canela,
nacimiento del maíz
patria de las maderas,
que morían
aullando en el aullido
de los aserraderos:
el humo, alma balsámica
del salvaje crepúsculo,
atado
como un peligroso prisionero
en las regiones de la selva,
y naciendo,
con tu amor,
Pola,
tu amor deshojado
sobre mi piel sedienta
como
si las cascadas
del azahar, del ámbar y harina,
hubieran transgerido mi substancia,
Pola,
inextinguible
aún en el olvido,
a través,
de la guerrilla.
de las edades oxidadas,
aroma
señalado,
profunda madreselva o canto
o sueño
o luna que amasaron los jazmines
o amanecer del trébol junto al agua
o amplitud de la tierra con sus ríos
o demencia de flores
o signo del imán
o voluntad del mar y su baile
infinito subversivo.
Mauricio Iraheta Olivo.
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