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Independencia con sensatez



¿Qué es la independencia o ser independiente? Independencia es el reverso de dependencia. Donde para algunos se cataloga como el romper fronteras, cadenas y lazos umbilicales, para otros se figura como: éxito, un mejor empleo, obtención de bienes materiales finitos y nuevos logros académicos. Conozco quienes cayeron en el sacrilegio de confundir independencia con: arrogancia, soberbia, nepotismo, machismo, autoritarismo y en algunos casos hasta de faltar el respeto y amor a padres y esposas. Por considerarlos inferiores. Sin duda ganaron su independencia, pero no es más que aquella oscura y fría, fibrosa y dura, con horror en los labios y de mirada suicidas. Convirtiéndose en un pájaro de poco vuelo y que padece de la enfermedad imaginaria de Dios. 

Pero debe saber usted que la mayoría de hombres y mujeres no son independientes. Carecen de vuelo propio. Cual moluscos adheridos a la piedra, son incapaces de soltarse y zambullirse en la vastedad del mar. Creen que están impidiendo que la piedra se precipite al agua y de ese modo permanecen toda su vida encadenados a un peso que los aprisiona y los lleva al fondo, que, sin embargo, no forma parte de ellos. 

La piedra son los prejuicios que les impiden mirar su propia alma. Se contemplan en los ojos ajenos, tienen de sí mismos una imagen importada. No alcanzan nunca aquella autoestima que brota de lo más profundo de sí mismo. Siempre están pidiendo permiso para ser lo que no son, cambiando su mascara según la ocasión y el rol del personaje a dramatizar, suplicando comprensión, mendigando afecto, sujetos a una servidumbre voluntaria y esclavizados por modismos que los transforman en personajes de ilusiones inconvenientes. 

Ser independiente no se resume en romper tabús e innovar comportamientos. Es fácil afrontar los diques del moralismo, allá donde se produce la energía nefasta del fundamentalismo, aquel altruismo al revés de quien cree saber mejor lo que les conviene a los demás e insiste en someterlos a su voluntad. Lo difícil es cultivar los valores infinitos engendrados por la autonomía de la conciencia como reducto inexpugnable, la lucidez crítica, el valor de discrepar por encima de todos los afectos, la osadía de decir no y practicar la ascesis de callarse, desligase de acciones malévolas, no suscribir nunca lo que perenniza la injusticia, la desigualdad y la exclusión. 

Dé su grito de independencia, pero no con la garganta, como quien exhibe una rebeldía confinada al nihilismo narcisista. Lo que vale es el grito que resuena en la vida social, suscita el vendaval que siembra utopías, rasga horizontes y allana montañas. El grito uterino de esa gravidez histórica que preanuncia auroras de compartimiento. El grito alucinado que imprime sentido a la revolución que subvierte las causas de todas las miserias. 

Conquistar la independencia es un proyecto colectivo, tarea común de convicciones éticas, obstinación de quien se niega a acatar lo que es como si fuera lo que será, lo que está como lo que faltará, lo que se hace presente como anticipación del futuro. 

Arranque de lo más hondo de sí mismo aquel doblez que le falsifica para efectos sociales. Anule los fantasmas de sus temores; profese el ateísmo frente a los ídolos de esa sociedad que dobla las rodillas ante la supuesta sacralidad del mercado. Practique la iconoclastia ante esa opulencia engordada por la gula perversa de quien chupa de la tierra los nutrientes de la vida para todos. 

Sumérjase en lo más íntimo de sí mismo sin miedo al vértigo provocado por lo inusitado de su propia identidad. Embriáguese con su singularidad y deje que ella baile en el espacio etéreo de su libertad. Penetre sus cavernas interiores, explore los subterráneos de su inconsciente, deje que afloren en bandada todos los ángeles que lo habitan. 

Corte el hilo de su laberinto cartesiano, pues nunca va a conquistar la independencia quien se mantiene en la superficie, como náufrago desesperado remando agarrado a las conveniencias, dando satisfacciones inmerecidas, vestido de espantapájaros en medio de una huerta de frutas podridas.

Mire al pasado y verá que las personas verdaderamente independientes creyeron en una causa, se dejaron impregnar por esa indignación que hizo de ellas artífices de un tiempo nuevo. Tomaron en sus manos la historia y le torcieron el rumbo, y sus vidas simbolizan hoy nuevas fronteras, pues allí se rompió el límite entre idea y acción, sueño y realidad, amor y gesto.

Arrastre consigo multitudes a la independencia. No permita que la cadena de montaje del sistema anule su ímpetu y ponga rótulo a sus proyectos, convirtiéndolo en mero repetidor ortofónico de viejos discursos envueltos en seductores papeles de colores. 

Sepa que la materia prima de la independencia se encuentra en su subjetividad, en los dobleces de su ser, en aquel otro que lo habita y para el que parece extraño aquello que ahora es. Mantenga los ojos bien abiertos, pero sobretodo mantenga abierto su corazón pues nunca será completa su independencia si no se expande a su vez con amor, derritiendo todas las cadenas que ahora impiden que todos sean independientes, solidariamente independientes, amorosamente independientes.

Mauricio Iraheta Olivo

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