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Entre libros


Fue mi amigo Carlos Manuel sacerdote jesuita, psicologo, sicoanalista y terapeuta, quien me hizo descubrir las obras de Glenn y Janet Doman, del Instituto de Desarrollo Humano de Filadelfia. Esta pareja es especialista en el mejoramiento del cerebro humano. 

Los animales hombre y mujer nacen con cerebros incompletos. Gracias al amamantamiento, en tres meses las proteínas finalizan este órgano que controla nuestros mínimos movimientos y logran que nuestro organismo produzca sustancias químicas que aseguran nuestro bienestar. Él es la base de nuestra mente y de él emana nuestra conciencia. Todo nuestro conocimiento, consciente e inconsciente, queda archivado en el cerebro. 

Al nacer, nuestra red cerebral está formada por cerca de 100 mil millones de neuronas. A los seis años la mitad de esas neuronas desaparecen como hojas que, en el otoño, se desprenden de las ramas. Por eso, la fase entre 0 y 6 años es llamada "edad del talento”. No es exagerada dicha expresión; basta constatar que el 90% de todo cuanto sabemos de importancia para nuestra condición humana fue aprendido hasta los 6 años: andar, hablar, discernir relaciones de parentesco, distancia y proporción, intuir situaciones de confort o de peligro, distinguir sabores, etc. 

Nadie necesita insistir para que su bebé se convierta en un nuevo Mozart, que a los 5 años ya componía. Pero hay que tener en cuenta que la inteligencia de una persona puede ser ampliada desde la vida intrauterina. Los alimentos que la madre ingiere o rechaza durante la gestación tienden a influir posteriormente en la preferencia nutricional del hijo. Pero lo más importante es suscitar redes cerebrales. Y existe un excelente recurso para ello que se llama lectura. 

Leerle al bebé acelera su desarrollo cognitivo, aunque se tenga la sensación de estar perdiendo el tiempo. Pero es importante hacerlo interactuando con el niño: dejar que manipule el libro, que remarque y coloree los grabados, que complete la historia y responda a las preguntas. Un niño familiarizado desde muy pronto con libros tendrá, sin duda, un lenguaje más variado, mayor facilidad de alfabetización y mejor desempeño escolar. 

La lectura suscita la participación del niño, obedece a su ritmo y, sobre todo, fortalece los vínculos afectivos entre el lector adulto y el niño oyente. ¿Quién de nosotros no conserva un afectuoso recuerdo de los abuelos o papás que nos contaban historias fantásticas? Alguna vez escuche decir que existen dos cosas imprescindibles que se debe realizar en la vida: la primera, “viajar” para que conozcas nuevos horizontes y nuevas culturas. La segunda y más importante es “leer”, para conocer nuevas fuentes de conocimiento y enriquecer nuestro aprendizaje, sin embargo, si solo realizas esta última puedes considerarte completo porque ya de antemano también estarás viajando. 

Una de las ventajas de la lectura sobre la televisión es que ante el monitor el niño permanece enteramente receptivo, sin condiciones para interactuar con la película o el dibujo animado. En cierto sentido la televisión ‘roba’ la capacidad onírica del niño, como si soñase por él. En tanto que la familia y la escuela quieren hacer del niño un ciudadano, la televisión tiende a domesticarlo como consumista. Y esto no tiene nada que ver con la censura; se trata de proteger la salud síquica de nuestros niños y niñas. 

Lo más importante, sin embargo, es que los padres y responsables inicien la regulación dentro de la misma casa. ¿Qué se adelanta con reducir la publicidad si los niños quedan expuestos a programas de adultos nocivos para su formación? 

Una erotización precoz, ambición consumista, obesidad excesiva y más tiempo ante el televisor y el ordenador que en la escuela, en los estudios y en juegos con sus amigos, son síntomas de que su querido hijo o hija puede llegar a ser mañana un amargo problema.

Mauricio Iraheta.

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