El agradecimiento tiene algo de liberador. Me libera de la necesidad de compararme con los demás y de poner mis obras y mis capacidades por encima de las suyas. Me permite alegrarme con el otro por sus logros. No tengo que despreciar ni restar valor ni a él ni a mí. Yo no pierdo mi valía cuando reconozco agradecido la del otro. Así, el agradecimiento me vincula con el otro. Yo no soy su competidor, ni él el mío. Más bien, miramos juntos a lo que Dios nos regala, unas veces al otro, y otras a mí; unas cosas a mí, y otras al otro. El agradecimiento posibilita una buena convivencia y nos libera de una confrontación continua, de la necesidad de tener que compararnos constantemente con los demás. Es cierto que la vida es la única oportunidad que tenemos de ser nosotros mismos. Pero también el mundo tiene razones suficientes para sentirse agradecido. No sólo he de estar agradecido por lo que Dios me ha regalado, sino también por cada una de las personas que ha puesto en mi vida y por aquellas a las que ha concedido muchos dones que no me ha concedido a mí. No hay razón alguna por la que yo deba tenerlo todo. Es hermoso poder admirar en otros algo de lo que yo carezco. Entonces no soy envidioso, sino que me alegro de la riqueza que descubro en los demás.
Mauricio Iraheta Olivo.
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