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Carta a nuestros hermanos mártires de la UCA


Queridos Lolo, Ellacu, Nacho, Segundo, Amando, Moreno, Elba y Celina:

Han pasado 21 años desde que las fuerzas militares los asesinaron en el hoy jardín de las rosas de la UCA, el 16 de noviembre de 1989. Algunos de ustedes, entonces en aquellos años no sobrepasaba los 60 años de edad (Ellacuría, Montes, Amando, Baró y Moreno) a excepción de Joaquín López que tenía 71 años de edad y Celina de 16 años. Algunos quejosos nos preguntamos: Dios, ¿Dónde estabas esa noche de noviembre? ¿Por qué no interviniste? Este silencio de Dios se nos mostró aterrador, porque simplemente no tiene respuesta. Por más que genios como Job, Buda, San Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz hayan diseñado argumentos para eximir a Dios y explicar el dolor, no por eso el dolor desaparece ni la tragedia deja de existir. Porque la comprensión del dolor no elimina el dolor, del mismo modo que oír recetas de cocina no quita el hambre.

Sin embargo, aquella noche sus verdugos pensaban que al enterrar el frío de las balas en sus cuerpos, con ello condenarían sus memorias al olvido. Asumiendo que "El evangelio vivido con autenticidad era incómodo y amenazante” o como bien dijo Monseñor Romero “Se mata a quien estorba”. Ignorando que, al contrario de lo que ocurre con los egoístas, los altruistas jamás mueren. Que los sueños libertarios no pueden confinarse en jaulas como pájaros domesticados. Es por eso que la Cruz de sus estolas brilla hoy más fuerte, sus cátedras universitarias y ejercicios espirituales guía generaciones por las veredas de la justicia, sus semblantes serenos y firmes inspiran confianza en los que combaten por la libertad. Y sus espíritus trascienden las fronteras de nuestro pulgar salvadoreño que se propaga como una llama ardiente, que aún hoy inflama el corazón de muchos.

Varios cambios radicales ocurrieron en estos 21 años queridos mártires. El muro de Berlín cayó y enterró el socialismo europeo seis días antes de que fueran asesinados. Muchos de nosotros sólo ahora comprendemos que la historia es un río veloz que fluye sin ahorrarse obstáculos. El socialismo europeo intentó congelar las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo y la incapacidad de extender a lo cotidiano el avance tecnológico auspiciado por la carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista que no sentaba sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos: los trabajadores.

Hermanos jesuitas, muchos de sus recelos se confirmaron a lo largo de estos años y contribuyeron al fracaso de nuestros movimientos de liberación. No hemos oímos lo suficiente. A pesar de que el conflicto armado ceso tres años después que arrebataron con sus vidas, sin embargo, la violencia y la opresión de la oligarquía no ceso de igual forma. Algunos de nosotros, queridos mártires, abandonamos el amor por los pobres que, hoy, se multiplican en las patrias grandes Centroamericanas, Latinoamericanas y del mundo. Dejamos de guiarnos por los grandes sentimientos de amor para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces, hicimos de amigos enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Minados por la vanidad y por disputar espacios políticos, ya no traemos el corazón encendido por las ideas de justicia. Ensordecimos ante los clamores del pueblo y perdimos la humildad del trabajo de base y, ahora, esbozamos vagas utopías para juntar votos para un presidente de cascaron rojo pero con una umbilical lógica de los proyectos del imperialismo norteamericano.

Actualmente queridos mártires precisamos desenvolvernos como ustedes lo hicieron con: solidaridad, fraternidad, ternura y amor con nuestros semejantes. Sin ello no podremos comprender que cuando el amor se enfría, el entusiasmo disminuye su pasión y la dedicación decae. La causa, como pasión, desaparece, al igual que el romance entre una pareja que ya no se ama. Lo que era "nuestro" suena como "mío" y las seducciones del capitalismo minan los principios, transmutan valores, y si aún proseguimos en la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética de servicio. Sin embargo, algo seguro hay en todo ello y es que: si nuestra nación quiere tener un futuro reconocible, no podrá ser prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construirlo sobre esta base, fracasaremos. Y el precio del fracaso, o sea, la alternativa para el cambio de nuestra sociedad, será nada más que “la oscuridad”.

Actualmente queridos mártires, la democracia como en aquellos años de Ronald Reagan es representativa y formal, y sólo funciona en la política, no en la economía ni en la escuela ni en la vida, como un valor universal. El libre comercio es libre para los más fuertes, que imponen su lógica de pura competición, sin nada de cooperación. El sueño americano al estilo Obama consiste en transformar el Globo en un inmenso mercado común, donde todo se convierta en mercancía, el capital material (bienes) y el capital simbólico (valores), y donde todo sea racionalmente administrable, también el afecto, la imagen y la muerte. Su lógica le lleva a conquistar todo y a todos: el espacio físico, todas las esferas de la vida, las mentes y los corazones de nuestro pueblo, imponiendo una uniformización de la cultura occidental.

Sin duda, actualmente precisamos mucho de sus corazones y razones, para que podamos latir al ritmo de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Y salir como ustedes lo hicieron todo el tiempo de si mismo, incandescente por el amor que, en sus vidas, se traducía en liberación. Y así afirmar con autoridad que es preciso tener una gran dosis de humanidad, sentido de justicia y de verdad. Para luchar en que este amor por la humanidad viva y se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan de ejemplo a seguir para corresponder a los anhelos de los que sueñan con un pedazo de pan, de tierra, de trabajo o de alegría.

Quizá ocurra que nos ha faltado un cierto agudo análisis en el sentido crítico de nuestra sociedad o de subrayar con más énfasis los valores morales, los estímulos subjetivos, las ansiedades espirituales y nuestra preferencia por los pobres desde la teología de la liberación. Quién sabe si la historia de El Salvador no sería otra hoy si los dirigentes políticos de ARENA y grupos oligárquicos hubiesen prestado oídos a sus palabras.

Hay mucho por hacer, queridos Mártires. Es por ello que preservamos con cariño sus mayores herencias: A través de sus vidas y obras que son extensas y ricas en matices, libros, escritos, discursos, cátedras universitarias, intervenciones y textos alusivos a su persona. Para que podamos volver en realidad el sueño de una sociedad salvadoreña donde la libertad de uno sea la condición de justicia del otro.

Por ello desde donde están, bendígannos a los que comulgamos con sus ideas y sus esperanzas. Bendigan también a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en beneficio propio. Bendigan a los que tienen vergüenza de confesarse de izquierda y de declararse socialistas. Bendigan a los dirigentes políticos que, una vez que dejaron sus cargos, nunca más visitaron una champa o apoyaron una movilización. Bendigan a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que proclamaban afuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo que los domina.

Bendígannos a todos los de rostro arrugado, manos callosas y de mirada vencida que, son muestras de una reñida lucha por la vida con grupos glamorosos que los ven con cierto desdén, con recelo, con lastima. Mal recordando que son sus semejantes y que son inmortales. Bendígannos para que nos convirtamos en corazones y mentes  revolucionarios de nuestras sociedades. Pero sobre todo, bendígannos para que, todos los días, seamos levadura motivada por grandes sentimientos de amor, tal como ustedes nos lo enseñaron con su vida, muerte y resurrección en nuestros corazones.

Mauricio Iraheta

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