Ante el pasado fallido golpe de estado policial-militar al gobierno de Rafael Correa, ocurrido en la ciudad de Quito, es preciso plantear ¿Cuál es el papel que jugaron los Estados unidos, la oligarquía ecuatoriana, los movimientos sociales de izquierdas, movimientos indígenas y sus partidos políticos? ¿Es justificable el violento levantamiento disfrazándolo de otra “legitima protesta económica”? Todos los hechos transcurridos ese día apuntan a un violento intento de conferirse del poder y deponer al presidente, es decir, un golpe de Estado sea cual sea el prisma o trampolín bajo el cual pretenda considerarse. No es difícil de imaginar que su levantamiento hacia el presidente Rafael Correa no fue nada más un ensayo, alentado con el fin de generar un efecto multiplicador del mismo ocurrido anteriormente en los países de Honduras, antes en Bolivia y con excesiva frecuencia en Venezuela. Estos policías no solamente se limitaron a hacer una “protesta” contra las políticas económicas, sino que tomaron la Asamblea Nacional e intentaron ocupar los edificios públicos y cadenas de los medios. La Fuerza Aérea –o algunos sectores que colaboraron con la policía- tomaron el aeropuerto de Quito, coordinando una serie de acciones con ese objetivo y a su vez bloquearon las vías de transporte estratégicas. Decenas de policías fuertemente armados asaltaron y retuvieron al Presidente Correa, manteniéndolo de rehén durante horas en un Hospital de la Policía Nacional , el cuál fue liberado gracias a las maniobras de Fuerzas Especiales, provocando con ello decenas de heridos y diez muertos. La rápida convocatoria y la respuesta fulminante de una cumbre de presidentes de la UNASUR , convocada contra reloj, fue capaz de reunir en pocas horas, para acotar la crisis ecuatoriana y encauzarla como ya había hecho dos años atrás cuando la derecha boliviana buscaba jaquear al gobierno de Evo Morales. Esta reunión fue celebrada la misma noche del jueves 30 (de Septiembre) en Buenos Aires.
No hay duda que los hechos ocurridos en el terreno ecuatoriano por cabecillas de la policía, tenían como fin derrocar al presidente, en el que estaban dispuestos a usar sus armas para lograrlo. Donde sus patrocinadores imperiales de este golpe de estado, fueron determinados sectores de las elites ecuatorianas que justificaron el mismo con el emblema de ser una “legitima protesta económica”. Me pregunto ¿Será que en verdad estos señores piensan que su servil oportunismo es la mejor manera de manifestar su patriotismo? No es difícil imaginar lo bien que estaría Ecuador y muchos de nuestros países Latinoamericanos si la oligarquía escuchara, con ánimo de comprender, que para la democracia, que ellos hipócritamente han dicho promover, no ha llegado a mas que ser un oído sordo al justo clamor de las inmensas mayorías, empobrecidas y desempleadas, donde más bien se han puesto al servicio de la ideología dominante, como medio de promover sus propios intereses personales.
Definitivamente en Ecuador y Latinoamérica urge de un profundo y honesto dialogo nacional, pero, para que éste sea posible, hay que deponer de la demagogia. No se puede servir a Dios y al Diablo. Rafael Correa ha jugado un importante papel al deponer al régimen autoritario, corrupto y pro-imperialista de Lucio Gutiérrez. Una vez siendo presidente, llevó a la práctica algunas de sus principales promesas electorales: subió los salarios, facilitando créditos y préstamos a bajo interés a las pequeñas empresas, aumento el salario mínimo, rechazo los pagos de la deuda exterior que se basaban en contabilidades ilícitas, desalojó a EEUU de su base militar en Manta. También prometió consultar y tomar en cuenta los movimientos indios y sociales urbanos, todo lo cual llevaría a la elección de una asamblea constitucional que elaboraría una nueva constitución.
Por otra parte, la evolución del golpe de estado de la policía al carecer de líderes nacionales y no tener si quiera una estrategia coherente, se sofoco en cuestión de horas, calculando mal los apoyos con los que contaba en el ejército, así como entre los sindicatos y diversas organizaciones indígenas descontentas; Quedando al final, solos sin pena ni gloria. Sin embargo, es preciso preguntarnos con esta casi desaparición de correa ¿Significa un final de experimentos de los “nuevos regímenes de centro-izquierda” que trataban de “equilibrar” un vigoroso crecimiento basado en la exportación con moderadas rentabilidades sociales? Cuando estallo la crisis del 2008, Ecuador era uno de los países con vinculo más débil en Latinoamérica, al encontrase atada a un “dólar” y ser incapaz de “estimular” un crecimiento o proteger la economía. En las condiciones de crisis Rafael Correa decidió reprimir los movimientos sociales y los sindicatos e hizo grandes esfuerzos para asegurarse los apoyos de las multinacionales del sector minero y del petróleo. En aquel entonces, la policía y el ejército ecuatoriano eran mucho más vulnerables a las infiltraciones de las agencias estadounidenses debido a programas de financiación y formación a gran escala, a diferencia de Venezuela y Bolivia, que habían expulsado a esas agencias por actividades subversivas. Y al contrario de Brasil y Argentina, Rafael Correa carecía de una capacidad para “conciliar” con los diversos movimientos sociales a través de negociaciones y concesiones.
Actualmente, para que los proyectos macroeconómicos de la centro-izquierda tengan un éxito, se debe tomar la importancia relativa de resolver las reivindicaciones básicas socio-económicas. Desarrollando reformas estructurales (reforma agraria) redistribución del ingreso, nacionalización de sectores estratégicos. Donde también deben sostener la mejora de salarios y la prestación de servicios públicos en un ambiente de “dialogo social”. Muchas veces, los cimientos institucionales de la centro-izquierda son frágiles, en la policía y el ejército, mientras algunas elites agro-mineras prosperan, provocando divisiones en las coaliciones sociales en las que se apoya la centro-izquierda, abriendo las puertas a la derecha. Y donde lo más importante, que la implosión del centro-derecha proporciona una oportunidad para que Washington subvierta y derroque a los regímenes, reafirmando su hegemonía y revirtiendo su relativamente independiente política exterior.
El exitoso golpe de estado a Honduras y el fallido golpe a Ecuador, son nada más simples síntomas de una crisis de la política “post-neoliberal” que se avecina. La fragmentación de movimientos sociales, la adopción de “políticas de identidad” y la ausencia de una alternativa socialista, han debilitado una disyuntiva eficaz cuando los regímenes de centro-izquierda entran en crisis. Algunos de los “intelectuales críticos” se toman de una centro-izquierda confiado en que habrá una “vuelta a la izquierda”, en lugar de optar por el complicado pero necesario camino de la reconstrucción de una clase independiente basada en el movimiento socialista.
Mauricio Iraheta.
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