Mi abuelo Osmin Olivo (niño al centro) y amigos, Juayua 1935. |
Las personas ancianas tienen a sus espaldas un largo pasado cargado de vivencias. Con mucha frecuencia viven con el pensamiento fijo en su pasado. Especialmente cuando muere el cónyuge, o cuando la vida ordinaria no les ofrece ninguna novedad estimulante, viven solo de recuerdos. El anclaje mental en el pasado hace que el tiempo pase más rápido. Los ancianos esperan menos el futuro. Y como viven del pasado, pasa más rápido el presente. El pensamiento del futuro los confronta con su muerte. Y prefieren vivir en el pasado. Es la fuente en la que beben.
El arte de envejecer no se limita a la edad. Lo dijo San Agustín: “El día de nuestro nacimiento empezamos ya a envejecer”. El otoño es el símbolo de la edad madura. El otoño es el tiempo de cosecha. También la edad madura indica el tiempo de cosecha de una vida. Podemos contemplar agradecidos los frutos producidos por la vida. Los colores son en otoño más variados que en el resto del año. Son colores suaves. Es una enseñanza que nos impone la naturaleza: envejece de manera saludable el que se hace más suave no solo en sus juicios, sino en la totalidad de su ser.
Cada fase de nuestra vida tiene su peculiar significado. La primavera es la aparición de la vida, nueva vitalidad. El verano es la plenitud de la vida; el otoño es el colorido y las cosechas; el invierno es la paz y el descanso que hacen posible la aparición de otra vida. Si cada estación del año está llena de significado, también cada etapa de la vida del ser humano tiene su peculiar sentido. Y es bueno vivir en cada fase de la vida lo que esa fase tiene de especifico.
Romano Guordini cree que Dios ha pronunciado una palabra de contraseña sobre cada ser humano y que esa palabra corresponde única y exclusiva a ese individuo. La tarea en cada fase de nuestra vida consiste en dejar que se haga notoria en el mundo esa palabra pronunciada por Dios sobre cada uno de nosotros.
Solamente vivimos en armonía con nuestra vida cuando llegamos a ser conscientes de nuestra unicidad y a interiorizar el hecho de que solo vivimos una vez. Es importante entender la unicidad de nuestra existencia como una invitación a aprender a vivir y a disfrutar esa vida irrepetible, a considerarla en todas sus facetas y a darle forma aquí y ahora en cada una de sus etapas.
El arte de saber vivir intensamente la vida única no empieza en el vestíbulo de la vejez. A partir del día del nacimiento nos vamos haciendo cada día un poco más viejos. Por eso, el arte de vivir consiste precisamente en el arte de saber ir envejeciendo: en la adaptación al proceso interior de transformación vital. Un esfuerzo que nos llama a la constante búsqueda de la propia melodía en todos los acontecimientos de la vida y sus hermosas disonancias.
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