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Un retiro espiritual

Pasé la primera semana de agosto en retiro espiritual con hermanas oblatas y hermanas del sagrado corazón de Jesús. Durante estos seis días, compartimos el silencio para poder meditar y contemplar los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, en compañía de la guía de un sacerdote jesuita. 

Muchas veces en este mundo aturdido nos persiguen las noticias por todas las esquinas y recovecos. Se multiplican las llamadas. Retirarse, recogerse a la soledad, estar consigo mismo, es una exigencia espiritual e intelectual para algunos. Muchos indígenas lo hacen al pasar de la adolescencia a la edad adulta. Los deportistas se concentran durante los días anteriores a los juegos y partidos. 

Muchas veces "la pereza" juega un rol importante en la limitación de realizar ejercicios y retiros espirituales. La pereza es uno de los siete pecados capitales. Aunque tiene un nombre inadecuado. Nada que ver con sombra, agua fresca y periódico sin letras. Prefiero el término sugerido por el monje Casiano (370-435): acidia, latinización del griego acedia. Acidia es el desánimo por cultivar la vida espiritual. Por orar. Por leer y meditar la palabra de Dios. Por practicar la virtud y superar el vicio. Por abrazar las enseñanzas de los maestros espirituales. 

Ahí reside la importancia del retiro espiritual: distanciarse del ruido cotidiano, liberarse por unos días de la hipnosis televisiva y del magnetismo cibernético, dejar el celular desconectado y conectarse al silencio, a lo íntimo de sí mismo, para escuchar mejor la voz divina y así ensanchar la capacidad de amar. 

Muchas veces la resistencia a retirarse procede del miedo (inconfesado) a encontrarse consigo mismo. A escuchar la propia intuición, a oír la voz del silencio. Es parecido a la resistencia a la terapia. Así como hay quien cree que ésta es ‘para locos’, así hay quien considera que el retiro es solo ‘para monjes y religiosos’. 

Tengo amigos con inmensa dificultad para desconectarse del día a día. Son compulsiva y compulsoriamente activos en todo. En verdad están atrapados en lo inmediato y cotidiano. No consiguen adherirse a lo grande. Dejan escapar entre los dedos los talentos que poseen. De ese modo se vuelven presas fáciles de la ansiedad y víctimas del estrés. Son candidatos al infarto, pues ni siquiera consiguen masticar despacio lo que ingieren. 

Aunque no se tenga la oportunidad de hacer un retiro espiritual, al menos por la mañana o la tarde una hora diaria puede estar reservada para el aislamiento y el silencio. Como también bastaría con visitar una iglesia, disfrutar de la tranquilidad de un parque, incluso cuando realizamos cualquier actividad domestica: lavando los platos, regando el jardín, barriendo, cocinando, etc. Siempre es posible meditar y contemplar en silencio haciendo uso nada más de nuestros sentidos corporales.

Quizás por eso Yavé, en su sabiduría, creó primero la luz y finalmente a los seres humanos… Nuestro excesivo parloteo habría perjudicado la obra de la Creación. Y como narrador invisible, Dios prefiere ser conocido por su palabra y obra. Así como nosotros, lectores, conocemos a Camoes, Machado de Assis, San Ignacio y Dostoyievski.

Mauricio Iraheta Olivo.

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