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La sombra de la impunidad

Jardín de las rosas UCA - El Salvador.

Las recientes declaraciones por parte de la Corte Suprema de Justica (CSJ) de El Salvador, con relación de no extraditar a los militares involucrados en el asesinato de los seis sacerdotes jesuitas en la UCA y sus dos colaboradoras, suscitan en nosotros la pregunta de ¿Cuál es el sentido de la vida y de la historia?. Por más perplejos que estemos ante la crueldad, esta decisión no podemos borrarla de nuestra conciencia. Pertenece a la metafísica de lo cotidiano, como reconoció Kant en su «Prolegómenos a toda metafísica futura»: «Que el espíritu humano abandone definitivamente las cuestiones metafísicas es tan inverosímil como esperar que nosotros, para no inspirar aire contaminado, dejemos de respirar de una vez para siempre». 

No son pocos los pensadores que ante los absurdos de la realidad afirman el sinsentido de la historia. Jacques Monod en su conocido «El azar y la necesidad» dice taxativamente: «Es superfluo buscar un sentido objetivo de la existencia. Simplemente no existe. El ser humano es producto del más ciego y absoluto azar que pueda imaginarse. Los dioses están muertos y el hombre está solo en el mundo». 

Claude Lévi-Strauss, escribió en su admirable «Tristes Trópicos» estas palabras descorazonadoras: «El mundo comenzó sin el sin el ser humano y terminará sin él. Sus instituciones y sus costumbres, que durante toda mi vida he tratado de inventariar y de comprender, son simplemente una eflorescencia pasajera, que tal vez no tiene otro sentido que permitir a la humanidad desempeñar su papel». 

Hay mucho de verdad en estas afirmaciones porque los absurdos y las injusticias son innegables. Pero, ¿será esto toda la verdad? ¿No se anuncian también señales inquietantes que nos hablan de un sentido latente en las cosas? 

Vamos a lo cotidiano. Cada mañana nos levantamos, vamos al trabajo, luchamos por la vida y por un mundo en el que sea menos difícil amar. Hay incluso situaciones en las que algunos han llegado a dar la vida para salvar otras vidas como los sacerdotes jesuitas de El Salvador y monseñor Romero. Pero entonces ¿Qué es lo que se esconde detrás de estos gestos cotidianos? Se esconde la confianza fundamental en la bondad de la vida, que ella vale la pena de ser vivida. 

El conocido sociólogo austriaco-norteamericano Peter Berger escribió en su libro «Rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural» que el ser humano tiene una tendencia innata al orden. Él sólo vive y sobrevive si consigue organizar un orden existencial que proporcione un sentido. Esta tendencia al orden se muestra en escenas bien familiares como la de la madre que tranquiliza a su niño cuando despierta sobresaltado en la noche. Grita llamando a su madre por su pesadillas. La madre se levanta, toma al niño en sus brazos y con gesto primordial de «magna mater» le susurra palabras dulces. «No temas, hijo mío, todo va a acabar y va a quedar en orden». El niño solloza, reconquista la confianza y al cabo de un rato se duerme. No todo está bien ni en orden, pero sentimos que la madre no está engañando a su hijito. En el fondo ella testimonia que incluso en el desorden hay un orden subyacente que preside todo. Sin embargo para nosotros los salvadoreños, tener confianza en la bondad fundamental de la vida y decirle Sí y Amén es el sentido primordial de la fe, y es esta misma fe que no nos deja desesperar frente al horror y al desorden de las injusticias e impunidades que se viven en el alma mater de nuestro sistema judicial de El Salvador. 

Hay una reflexión del maestro zen Chuang-Tzu, de hace 2.500 años, que me parece muy inspiradora. Cuenta que había una persona que quedaba tan perturbada al contemplar su sombra y tan malhumorada con sus propias huellas, que pensó que era mejor librarse de ambas cosas. Utilizó el método de la fuga, tanto de una como de las otras. Se levantó y se puso a correr, pero siempre que ponía su pie en la tierra aparecía la huella, y la sombra lo seguía sin la menor dificultad. 

Atribuyó su error a que no estaba corriendo como debía. Entonces se puso a correr más velozmente, y sin parar... hasta que cayó muerto. Su error, comenta el Maestro, fue no haberse dado cuenta de que sólo con pisar en un lugar sombrío, su sombra hubiera desaparecido, y que si se hubiera quedado quieto, ya no habría habido más huellas que le siguieran... 

¿No es eso lo que impone a lo que debe haber hecho la Corte Suprema de Justicia salvadoreña? ¿Hacer una parada y no seguir corriendo para librarse de su sombra llena de injusticia e impunidad? Ahí está el secreto para que esta no caiga muerta, y no se convierta en mártir a causa del buen cuidar del poder, la impunidad y la falta de ejercer justicia.

Mauricio Iraheta Olivo.

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