Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Morimos para vivir

El sentido de la vida depende del sentido que le demos a la muerte. Si la muerte es vista como simple negación de la vida y como tragedia biológica, entonces vale lo que ya decía san Pablo: «comamos y bebamos, que mañana moriremos».

Pero hay culturas que le han dado un sentido más alto: la muerte es la oportunidad de construir el propio destino y de plasmar el mundo a nuestro alrededor en consonancia con un proyecto civilizatorio.

El cristianismo, a su vez, propone su representación de la muerte. No como contraria a la vida, sino como una invención inteligente de la vida para poder dar una zambullida radical en la Fuente de toda vida. La muerte no sería un fin-término sino un fin-meta alcanzada, un peregrinar rumbo al Gran Útero paternal y maternal que al final nos acogerá definitivamente. "Morir es cerrar los ojos para ver mejor", dijo José Martí con ocasión de muerte de Marx. Las religiones tienen respuesta para las situaciones limite de la condición humana, especialmente la muerte. Lo cual es un consuelo y una esperanza para quien tiene fe. Pero fuera del ambito religioso, sin embargo, la muerte es un accidente, no un suceso normal de la condición humana. La muerte es, como afirmó Sartre, la más solitaria experiencia humana. Y la ruptura definitiva del ego. En la óptica de la fe es el desdoblamiento del ego en su contrario: el amor, el ágape, la comunión con Dios.

Dentro del cristianismo, con referencia a la muerte se ha desarrollado una tradición de gran significación y con sentido de fiesta. Se trata de la tradición franciscana. Francisco de Asís consiguió una reconciliación completa con todas las cosas, con las profundidades más oscuras de nuestra vida y con sus dimensiones más luminosas. Cantaba a la muerte como a una hermana. No como una bruja que viene a arrebatarnos la vida sino como hermana que nos introduce en el reino de la plena libertad. Murió cantando salmos y cantigas de amor de Provenza.

Es curioso, como todos los franciscanos guardan esta herencia sagrada en la forma como celebran la muerte de los sacerdotes miembros de la comunidad. Es simplemente conmovedor: "una pequeña anticipación del nuevo cielo y de la Nueva Tierra dentro de este ya cansado planeta". Al aproximarse la muerte del sacerdote, toda la comunidad se reúne alrededor de su lecho. Se recitan salmos y oraciones que infundan confianza al moribundo para el Gran Encuentro. El día que muere, por la noche, se hace una fiesta llamada «recreación». Allí hay confraternización, comida, bebida, comentarios sobre la saga personal del sacerdote fallecido y varios tipos de juegos. Al día siguiente se hace el entierro. Y por la noche nueva «recreación festiva». ¿Qué se esconde detrás de este rito de paso?

Se esconde la creencia de que la muerte es lo que llaman "el vere dies natalis", "una verdadera Navidad de la persona", el momento en que logra nacer definitivamente. Como aún no estamos terminados, aunque estemos enteros, vamos naciendo cada día, poco a poco, hasta acabar de nacer. Y eso es lo que ocurre en la muerte, que no es la consumación de la vida, sino su cuna. ¿Quién puede entristecerse con el nacimiento de la vida? Es como lo que celebramos en Navidad y la Pascua, magnificación de la vida mortal que, a partir de la muerte, se hace eterna. Por lo tanto hay buenos motivos para festejar y celebrar. Y como advertía el Pdre Vieira en el Sermon del 1º de domingo de adviento, en 1650: "En el nacimiento somos hijos de nuestro país; en la resurrección seremos hijos de nuestras obras".

El efecto de esta comprensión es la desdramatización de la muerte y la jovialidad de la vida. La vida no fue creada para terminar en la muerte, sino para transformarse a través de la muerte. Ésta representa el momento alquímico de paso para un orden distinto de realidad, donde la vida puede continuar su trayectoria de expresión de las infinitas posibilidades que contiene, hasta la de poder fundirse con la Realidad Suprema.

Así que podemos decir: no vivimos para morir; morimos para vivir más. O todavía mejor: para permitir la resurrección de la carne que es la revolución dentro de la evolución.

Dedicado con especial amor y recuerdo a:  mi Bisabuela Romelia Avila que fallecio a sus 89 años de edad el pasado mes de diciembre del 2010, y a mi querido primo Hans Douglas Mérida Avila de 36 años, asesinado en Guatemala el 7 de abril del 2011.

Mauricio Iraheta.

1 comentario :

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...