En el Sermón de la montaña, Jesús habla del ojo sencillo y claro: "Si tu ojo es sencillo (haplous), todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo (póneros), todo tu cuerpo estará a oscuras" (Mt 6,22 y Lc 11,34).
Algunos exegetas suelen traducir el haplous por "sano", y póneros por "enfermo". Lo cual no deja de ser un acierto, sin duda el ojo sencillo es sano. Ve las cosas tal como son. No proyecta sobre las cosas y las personas las necesidades o emociones propias. Enseguida se ve si una persona es o no clara y sincera. No tenemos más que mirarle a los ojos. Entonces percibimos lo que brota de ella: claridad o confusión, amor o dureza, condena o aceptación, bondad o desprecio. Hay personas que te saludan amablemente, pero su ojo sigue siendo poco amable y negativo. Junto a tales personas, uno no se siente a gusto. En tales circunstancias suspiramos por personas con ojo sencillo, porque con ellas sabemos a qué atenernos. Y de ellas salen "buenas vibraciones". En el evangelio de Lucas, Jesús hace referencia a esta irradiación positiva cuando pasa a explicar sus palabras sobre el ojo: "Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor" (Lc 11,35s). De una persona así, con ojo sencillo y bondadoso, saldrá luz. Los demás sentirán su calidez. En ella percibirán claridad y sencillez. Así podrán confiar en ella. Y en su cercanía se sentirán a gusto.
Mauricio Iraheta Olivo
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