Año tras año, la campaña publicitaria navideña comienza antes, con más de un mes de antelación a la llegada de las fiestas navideñas, donde las empresas invierten un gran presupuesto en publicidad para recordarnos nuestro papel de consumidores. En navidad, los mensajes publicitarios van empapados de sentimientos entrañables en defensa de valores familiares y de elogio de la solidaridad. Sin embargo, la navidad es en el fondo la época más insolidaria del año, pues en ningún otro momento del año se fomenta y aparece de manera tan patente un consumo despilfarrador cuya consecuencia es perpetuar y aumentar las desigualdades que sumen a la mayor parte del mundo en el hambre y el sufrimiento.
Basta hoy día con apretar el botón de la televisión o del computador y la vida se despliega ante los ojos infantiles en lo que ella tiene de más sórdido: los rambos justicieros por encima de la ley; la teleprostitución donde nos proyectan, venden e inyectan el modelo o prototipo a seguir para desenvolvernos con éxito en la sociedad; los ratoncitos que rugen ante la boca del león, haciendo de la tragedia humana un elogio de la disputa del mercado; los programas de horas picos repletos de vacío, arrancando aplausos a la ridiculización del ser humano.
Resulta cada vez más preocupante hoy en día, que el amor, la felicidad, la bondad, la generosidad y el resto de bonitos valores tan renombrados en estas fechas pasen a depender de manera tan directa de los propios obsequios. Donde, cada vez mas estamos generando una sociedad en la que no regalar supone no apreciar a los demás, mientras que no recibir regalos nos hace simplemente infelices. El verdadero problema es que la idea de obsequio está claramente ligada a la de producto comercial. La adquisición desproporcionada de bienes tira de una cuerda que ahoga en la infelicidad y la miseria a demasiadas personas, pagando así un precio social y ambiental muy alto. Es por ello que el grueso de la bien amaestrada sociedad se conforma con dar limosna, acudir a la misa del gallo y pretender llevarse bien con el resto de sus congéneres cercanos, al tiempo que introducen en el buzón una larga lista de deseos materiales que cumplir. Convirtiendo así el espíritu navideño en una vulgar falacia destinada a distraer las conciencias mejor informadas.
Actualmente, son muchos los que divagan en los propósitos materiales de año nuevo a cumplir y tener –vehículo de último modelo, el viaje a un nuevo país, el celular más novedoso, etc.- cuando, la cruda realidad es que para que algunos niños y mayores reciban sus regalos en navidad, se ha tenido que desvalijar a muchas otras familias de zonas como Irak donde se extrae el petróleo y que es un claro reflejo que la guerra no es cosa propia del espíritu navideño, o en África expoliada de muchos de los minerales que forman parte de joyas y modernos componentes electrónicos de los países occidentales. Por ello y mucho más, mientras algunas personas piensan y discuten en centros comerciales el precio de esas mercancías, otras piensan y se preocupan la manera de como salvar su vida y la de sus hijos de la guerra, del hambre y del frío y su propósito de año nuevo entorna en medidas a optar para defender de manera efectiva sus propios recursos.
Hay también en la navidad una cuestión de fondo: el ser humano es por naturaleza lúdico y sociable, lo que le induce a ritualizar sus gestos más atávicos, como alimentarse o relacionarse sexualmente. Además de elaborar, condimentar y adornar su comida, lo que ningún otro animal hace, el ser humano exige mesa y protocolo, como cursos y la secuencia plato fuerte y postre.
En el sexo no se restringe al hecho de juntarse para procrear, sino que hace de él una expresión de amor y lo reviste de erotismo y de liturgia, aunque a veces lo practique también como degradación (prostitución, pornografía y pedofilia) y violencia (juego de poder entre rivales).
Ese cambio ha ocurrido también con la Navidad. Por ser una fiesta de origen cristiano, para celebrar el nacimiento de Jesús, la sociedad laica y religiosamente plural la desfiguran mediante la introducción de la figura consumista de Papá Noel. Lo que debiera ser memoria de la presencia de Dios en la historia humana pasa a ser mero período de minivacaciones centrado en abundancia de comilonas e intercambio compulsivo de regalos.
De ahí el desasosiego que nos produce la Navidad. Como si nuestro inconsciente denunciase el engaño. Ocultamos la espiritualidad y realzamos el consumismo. Perfecto para el mercado. ¿Lo será también para los niños, que crecen sin referencias espirituales y valores subjetivos, sin ritos de paso ni sentido de celebración?
Lejos de mí pretender restaurar la religiosidad represiva del pasado. Pero si hay algo tan inherente a la condición humana como la manutención (comer) y la procreación (sexo) de la vida, es la espiritualidad. Ésta existe hace casi un millón de años, desde que el simio dio el salto hacia el homo sapiens. Las religiones en cambio son recientes, surgieron hace menos de diez mil años.
Si no se fomenta la espiritualidad en la línea de la interiorización subjetiva y de la expresión de conexión con el Transcendente, corre el serio peligro de, apropiada y redireccionada por el sistema, caer en la idolatría de bienes materiales (patrimonio) y de bienes simbólicos (prestigio, poder, estética personal, etc.). Quizás eso explique por qué la mayoría de los centros comerciales tienen líneas arquitectónicas similares a catedrales posmodernas…
Ya no son los principios religiosos los que dirigen nuestra vida. Desentendidos del altruismo y la solidaridad, centramos nuestra existencia en el propio ombligo -lo cual explica ciertamente, en expresión de Freud, "el malestar de la civilización", acrecentado hoy por ese vacío interior que genera tanta angustia, ansiedad y depresión.
De seguro que la Navidad es ocasión propicia para nacer de nuevo, tal como le propuso Jesús a Nicodemo. Por ello, que en estas fechas del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo estén llenas de amor, fraternidad y esperanza. Para que sea una feliz navidad y año nuevo, para todos los que despiertan hoy al son de oraciones y agradecen lo habido y lo no habido, maravillados por el don de la vida, y que abandonan en el pasado sus excesos de equipaje y que con corazón ligero derraman en la tierra el montón de orgullo y de tedio; y que generosamente buscan la humildad.
Que sea un buen año y navidad a quien saborea la frijolada (casamiento, gallopinto) y se complace en los granos servidos en plato ajeno; para los que nunca maldicen y contienen la propia lengua, que economizan palabras y siembran fragancias en las veredas de los sentimientos.
Feliz año nuevo a los huérfanos de Dios y de esperanzas a los mendigos que tienen vergüenza de pedir, a los caballeros de la noche y a las damas que nunca probaron la leche que llevan en sus senos.
Feliz navidad y nuevo año a quien se niega a ser tan viejo que ambiciona tener todo nuevo: cuerpo, carro y amor; vivir es gracia para quien acaricia sus arrugas y entrega su amor y cariño sin recelos, y para quien se cuida en el mirar y, si tropieza, no cae en el abismo de la envidia ni se pierde en oscuridades donde el pavor es apenas el eco de sus propios temores.
Sean muy felices los viejos que no se disfrazan de jóvenes y los jóvenes que superan la vejez precoz, y para las mujeres que se matan de amor y de dolor por quien no lo merece, y que en el espejo se descubren tan bellas por fuera cuanto se saben por dentro.
Tengan un feliz año y navidad todos los que saben ser gordos y felices, endeudados y alegres, privados de caricias pero llenos en sus ansias de fortunas venideras. Los hombres ridículamente adornados; aquellos que nada temen, excepto la mirada suplicante del hijo y la sonrisa irónica de las mujeres que no los quieren.
Feliz navidad y año nuevo para quien colecciona utopías, quien hace de sus manos arado y riega con su propia sangre las semillas que cultiva.
Que sea una feliz navidad y año nuevo, para quienes no se ostentan en el gallinero de la propia vanidad, los que tratan la muerte con extrañeza y saltan con el niño que los habita.
Una navidad y un año nuevo muy feliz para todos los que juramos secuestrar los vicios que cargamos, y no pagar el rescate de la dependencia; donde el futuro nos encontrará delgados por comer menos, sanos por fumar oxigeno y solidarios por compartir dones y bienes.
Que tengan una navidad y un feliz año los que exorcizan las tristezas ajenas a través de su amistad, liturgia del cariño y bienestar del amor; porque a través de ello siembran y fertilizan a su raza con semillas color esperanza, enseñando que no hay dolor que dure para siempre y que el verdadero amor perdura.
Pero que tengan sobretodo una feliz noche buena y un feliz año 2011 nuestros países, nuestros pobres, nuestros humildes, descamisados y a todos aquellos que se les anuncia en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
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