“En un momento dado de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido nuestro destino. El mundo está lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore.”Goethe
Comienzo con esta frase, debido a que en la actualidad la dificultad de la perspectiva neoliberal, es el trabajo en la dimensión de la alteridad. ¿Cuál es la alteridad? Se trata nada menos, de ser capaces de comprender al otro en la plenitud de su dignidad, sus derechos y, sobre todo, su diferencia. Cuanta menos alteridad existe en las relaciones personales y sociales, más conflictos ocurren.
Actualmente, tenemos la tendencia a colonizar al otro, a partir del principio que “yo sé y enseño a él porque no sabe”. “Yo soy mejor y se mas que él”. Algunas de las estructuras de enseñanza en El Salvador, está fundada en esta concepción. El maestro enseña y el alumno aprende. Es evidente que nosotros sabemos algunas cosas, y aquellos que no fueron a la escuela saben otras tantas, y gracias a esa complementación vivimos en sociedad.
Algunos han pasado años en el colegio, fueron a la universidad, tienen una maestría o doctorado, pero sin embargo, no saben cocinar, coser, cambiar un equipo eléctrico, checar el automóvil... pero se consideran sabios. Y lo que es peor, no tienen el equilibrio emocional para hacer frente a las relaciones de alteridad. Actualmente, la sociedad en la cual vivimos se preocupa más en tratar de construir súper-hombres y súper-mujeres, totalmente equipados y dispuestos a alienarse aun trabajo robotizado e idiotizado, donde muchas de las empresas están descubriendo que hay, entre sus altos funcionarios, algunos ejecutivos emocionalmente infantilizados, que no pueden lidiar con el conflicto, discutir con el compañero de trabajo, recibir una advertencia del jefe y mucho menos a criticar al jefe. Me pregunto, ¿cómo sería hoy en día de importante que en los currículos escolares incluyeran clases de meditación y espiritualidad? Y se preocuparan los padres para que a sus hijos crezcan como ser humanos a través de la meditación.
En este mundo secularizado, desencantado, los valores son sustituidos por las ciencias, el ser por el tener, el ideal por el deseo, el altruismo por el consumismo. Por ello, debe propiciarse al desapego de los bienes finitos, como mercancías, poder, dinero, fama, de modo que favorezca el cultivo de los bienes infinitos: amistad, solidaridad, compasión. Y sobre todo debe cimentarse en el silencio, en la apertura dialoguista, orante, a Dios; en la actitud servidora a los otros; en la reverencia devota a la naturaleza.
Desde hace décadas, la mayoría de las personas está perdiendo la vida interior, y entrando en otra anomalía, la hipertrofia de mirar y la atrofia de escuchar. Estamos perdiendo la experiencia del silencio. La pérdida del silencio es la perdida de la posibilidad de encontrarse consigo mismo. Cuanta menos aprehensión tengo de mí ser, mas dependiente se vuelve el ser humano. Al punto de que una relación ser humano-mercancía-ser humano cambia a ser mercancía-ser humano-mercancía. Si llego a su casa en un BMW tengo un valor A. Si llego en autobús, tengo un valor Z. Soy la misma persona, pero la mercancía que utilizo pasa a tener más valor que mi persona, y pasa a imprimirme un valor. Es simplemente el síndrome de la marca. El bien que yo utilizo es el que imprime valor a mi cualidad como ser humano.
En los “Manuscritos económicos y filosóficos” (1844) Carl Marx, constataba que “el valor que cada uno tiene a los ojos de los demás es el valor de sus respectivos bienes”. Por lo tanto el hombre en sí no tiene ningún valor para nosotros. El capitalismo deshumaniza de tal modo que ya no somos solo consumidores sino también consumidos. Las mercancías que me visten y los bienes simbólicos que me rodean son los que determinan mi valor social. Desprovisto o despojado de ellos, pierdo valor y estoy condenado al mundo ignominioso de la pobreza y a la cultura de la exclusión.
Nos hallamos consumidos por las mercaderías en la medida en que esta cultura neoliberal nos hace creer que de ellas emana una energía que nos cubre con una unción bendita y que pertenecemos al mundo de los elegidos, de los ricos, del poder. Porque la avasalladora industria del consumismo imprime a los objetos un aura, un espíritu que nos transfigura cuando los tocamos. Y si nos vemos privados de ese privilegio, el sentimiento de exclusión nos causa frustración, depresión, infelicidad.
Dentro de ese cuadro, el desafío que se presenta para nosotros es como transformar las cinco instituciones pilares de la sociedad en que vivimos: familia, escuela, Estado (el espacio del poder público, de la administración pública), iglesia (los espacios religiosos) y trabajo. ¿Cómo convertirlos en comunidades de rescate de la ciudadanía y de ejercicio de la alteridad democrática? El desafío es transformar esas instituciones en aquello que ellas deberían ser siempre: “verdaderas comunidades”.
Desde los pasados juegos Centroamericano y del Caribe en el 2002, San Salvador, recibió un gran aporte económico para remodelar y construir espacios deportivos, para recibir a los atletas de aquel entonces y futuros con instalaciones propias para su desenvolvimiento deportivo; pero me pregunto ¿Cuánto se ha invertido en estos años para instalaciones en bibliotecas públicas? No tengo nada en contra de entrenar el cuerpo, pero me preocupa la desproporción en relación al entrenamiento del espíritu. Creo muy bien, vamos a morir todos esbeltos: “¿Como estaba el difunto?”. “¡Mire, una maravilla, no tenía ni una celulitis en todo su cuerpo!” Pero como es la cuestión ¿de la subjetividad? ¿de la espiritualidad? ¿de la ociosidad amorosa?
En otros tiempos, se hablaba de realidad: análisis de la realidad, insertarse en la realidad, conocer la realidad. Hoy, la palabra es “virtualidad”. Todo es virtual. Se puede hacer sexo virtual por internet: no se contagia de VIH, no hay involucramiento emocional, todo se controla en el mouse. Encerrado en su habitación, en San Salvador, un hombre puede tener una amiga intima en España, ¡sin ningún interés de conocer a su propio vecino del pasaje o colonia! Todo es virtual, entramos en la virtualidad de todos los valores, ¡no hay compromisos con lo real! Es muy grave ese proceso de abstracción del idioma de los sentimientos: somos místicos virtuales, religiosos virtuales, ciudadanos virtuales. Mientras tanto, la realidad va por otro lado, porque somos también éticamente virtuales…
La cultura comienza donde la naturaleza termina. Cultura es el refinamiento del espíritu. La televisión en El Salvador –con raras y honrosas excepciones-, es un problema: cada semana que pasa, tenemos la sensación de que estamos menos cultos. La palabra hoy es “entretenimiento”; domingo, entonces, es el día nacional de la imbecilidad colectiva. Imbécil el presentador, imbécil quien va al programa y se presenta en el palco, imbécil quien pierde la tarde delante del televisor. Como la publicidad no consigue vender felicidad, pasa a la ilusión de que la felicidad es el resultado de la suma de placeres: “Si toma esta bebida, viste estos tenis, usa esta camisa, compra este carro, ¡usted será feliz!” El problema es que en general ¡no es así!, quien ha permitido desarrollar de tal manera sus deseos, termina necesitando de un analista o de medicamentos. Y quienes se resisten su neurosis aumenta.
Los psicoanalistas intentan descubrir qué hacer con el deseo de sus pacientes. ¿Dónde los pueden poner? Yo, que no soy conocedor de esa área de trabajo, pero me atrevo a dar una sugerencia. Creo que solo hay una salida: cambiar el deseo hacia adentro. Porque, para fuera ¡él no tiene a donde ir! El gran desafío es cambiar el deseo para adentro, disfrutar de sí mismo, comenzar a ver cuánto bueno es ser libre de todo ese condicionamiento globo-colonizador, neoliberal, consumista. Así, se puede vivir mejor.
Hay una lógica religiosa en el consumismo pos-moderno. Si alguien va a Europa y visita una pequeña ciudad donde hay una catedral, debe procurar saber la historia de aquella ciudad – la catedral es la señal de que ella tiene historia-. En la edad media, las ciudades adquirían status construyendo una catedral: hoy en El Salvador o cualquier país latinoamericano, el status se mide en construir centros comerciales. Es curioso: La mayoría de los centros comerciales se asemejan a catedrales estilizadas; en ellas no se puede ir de cualquier manera, es necesario vestir ropa de misa de domingos. Y ahí dentro se siente una sensación paradisiaca: no hay mendigos, niños de la calle, aceras de tierra….
Entrar en aquellos claustros observando los diferentes nichos, todas aquellas capillas con los venerables objetos de consumo, acolitado por bellas sacerdotisas. Quien puede comprar en efectivo se siente en el reino de los cielos. Si debe pasar controles previos a la fecha, pagando al crédito, se sentirá en el purgatorio. Pero si usted no puede comprar, se sentirá en el infierno….Afortunadamente, todos terminan en la eucaristía posmoderna, unidos en la misma mesa. Con el mismo refresco y la misma hamburguesa de una cadena transnacional de sándwiches con grasa saturada…
Cuando alguna vez visito estos negocios y observo a las personas contemplando los venerables objetos de consumo, me pregunto ¿Cuántos de ellos hacen un verdadero paseo socrático? También a Sócrates, le gustaba pasear por las calles comerciales de Atenas donde algunas veces asediado por los vendedores de los negocios, el nada más les respondía: “Estoy solo viendo cuantas cosas existen que no necesito para ser feliz”.
Mauricio Iraheta Olivo
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