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17 de julio, una semilla broto.

Jaime  Ramon Orlando Olivo 1993.
En este diario remanso de mis días, hay una fecha que vuelve siempre a la primera pagina de mi vida, de mi historia. El destello de una anécdota. De aquellas celebraciones en la que siempre había alguien esperándome en la esquina, para sonreírme y abrazarme con la ternura al borde de sus manos. Momentos que eran para mi una riqueza de encuentro, de claridad. De saber sentir aquel ser humano que supo abrir el corazón rotundamente igual que una granada, para que se lo llevaran grano a grano los pájaros del cielo. O el instante de una mariposa. O un latido. O Dios pasando, como un golpe de viento como una brisa. Siempre vistiéndose de alegría y afectuoso como el borboteo del manantial. Se hecho andar, como capullo de fajas y de sueño.

Así era la la nobleza y el amor que caracterizaban a Jaime Orlando Olivo, quien nacido, como yo, en la misma tierra, con la misma vena, en el mismo mes, en el mismo día, y condenado, como yo, a vivir la misma sentencia: volar.

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