Mis abuelos Osmin Antonio y María Estela junto con sus hijos Lidice Lorena y Jaime Ramón Orlando. Foto: San Salvador 14 de octubre de 1965 (4:30 p.m.). Tomada por José Diógenes (Pepe). |
"El tiempo va sentado al volante", poetizó Erich Kastner. Cuando nos encontramos de repente con antiguos compañeros de infancia o juventud, y vemos el camino que han pegado, cómo el tiempo ha ido dejando marcadas sus huellas en sus rostros, caemos en la cuenta y vemos -en el espejo de los otros- que tampoco han pasado los años por nosotros sin dejar sus huellas. Porque hacerse mayor es un fenomeno que se produce por sí mismo. Otra cosa es el acierto en la manera de vivir ese fenomeno y cómo dar con ella.
Hugo Von Hofmanstanhl, autor del libreto de la ópera El caballero de la rosa, dedicó mucho tiempo ha reflexionar sobre el tema del paso del tiempo. "El tiempo", dice la Mariscala en El caballero de la rosa, "es una cosa extraña. Cuando se vive en él no es absolutamente nada. Pero luego, de repente, empiezas a ya no sentir ya nada. Pero luego, de repente, empiezas a no sentir ya mas nada que el tiempo; nos envuelve por todas partes, está dentro de nosotros. Gotea en los rostros, gotea en el espejo, pasa fluyendo entre tú y yo como un reloj de arena, silencio. A veces lo oigo pasar, imparable; yo me levanto, en medio de la noche, y paro todos los relojes". Y la verdad está en que se puede parar todos los relojes pero el tiempo sigue pasando. El proceso de envejecimiento tiene mucho que ver con esta experiencia extraordinaria. Nos parece que el tiempo se derrite en nuestras manos, que "transcurre", que cada vez nos queda menos tiempo para vivir.
Esta experiencia de la limitación y finitud del tiempo es para muchos una fuente de angustia. Unos reaccionan con panico y prefieren no mirar a la realidad. Procuran encubrir las huellas del tiempo con cremas para disimular las arrugas o para tensar su piel marchita. Podemos constatar una cierta juventudmanía. Pero lo cierto es que nadie es adulto por disfrazerce de adulto. Ni disfrazarse de joven hace joven a nadie. Es evidente que a muchas personas se les hace cuesta arriba aceptar las etapas de su vida con sus realidades concretas.
Por ejemplo, la juventud pone todo su afán en acumular en su tiempo el máximo número de vivencias. Hay una tendencia a confundir el tiempo con las vivencias que uno tiene en el tiempo. Pero resulta que cuanto más empeño pone uno en acumular vivencias, tanto menos las vive de hecho.
Pero a medida que vamos envejeciedo, adquirimos tambien un mayor instinto sobre el momento presente y su misterio. No necesitamos vivencias de fuera para sentir nuestra propia vitalidad. Nos sentimos a nosotros mismos. Y nos damos plenamente cuenta de nuestro entorno. Basta un simple paseo a la orilla de la playa para sentirse sumergido en el momento presente y disfrutarlo. Basta la charla animada con un amigo para olvidarse del tiempo. Ya bien resaltaba el moralista frances Jean de La Brujère "La mayor parte de la gente vive de tal manera la primera parte de su vida que hace más dificil la segunda". Una afirmación densa en contenido.
Sin embargo, "conocer la manera de envejecer es la máxima sapiencia y uno de los capitulos más dificiles del arte de vivir", opina Fréderic Amiel. La mirada a la naturaleza enseña ademas otra cosa: al arte de envejecer pertenece tambien el desprendiemiento, de la misma manera que los arboles se desprenden de sus hojas, las dejan caer a tierra, para que se transformen en humus de nueva vida.
Cuando Martín Fierro reflexiono sobre "el tiempo", este lo entendía y que a mi gusto me satisface, diciendo: "El tiempo es la tardanza de aquello que se espera". Yo encuentro genial esa formulación. Porque el tiempo es talves el desafío más secreto y mejor escondido del espacio. Porque cuanto más se avanza en edad tanto más se va cayendo en la cuenta de su fugacidad, pero sobretodo, de esa dulce ESPERA que está por llegar!
Mauricio Iraheta Olivo.
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